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Columna
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Gesto

ETIMOLÓGICAMENTE, EL término "gesto" procede del latín "gestus", que significa actitud o movimiento del cuerpo, más o menos como ahora, con la única diferencia, en todo caso, que tiene múltiples derivados en castellano, como, entre otros, "gestión", "gerente", "gerundio", "gesta", etcétera. Desde el punto de vista artístico, un aficionado de nuestra época consideraría que el gesto es una clave fundamental del arte del siglo XX, porque no en balde el expresionismo abstracto incluso se definió como una pintura precisamente "gestual", pero como expresión extrema de descarga automática de la energía incontrolada del artista, liberado así de cualquier control racional, de toda limitación o impureza semánticas, del último atisbo contaminante de literatura. Pintura pura milagrosamente conectada en directo con el flujo biológico, ni siquiera sólo inconsciente, sino hasta espasmo eléctrico neuronal.

Desde Darwin a Desmond Morris, la ciencia contemporánea ha estudiado, en este mismo sentido biológico, la gestualidad animal, y la semiótica, lo que tiene este código de formas primarias de expresión de elemental gramática comunicativa. No obstante, como demuestra el gran historiador de arte francés, André Chastel (1912-1990), en El gesto en el arte (Siruela), la representación artística tradicional y, en especial, la del arte a partir del renacimiento, estuvo dominada por el adecuado estudio de los gestos, que, junto con la ciencia fisiognómica, eran los vehículos imprescindibles para dotar de sentido o significado la narración de una historia. En realidad, siendo las artes plásticas un lenguaje mudo, mediante el cual la gente podía comunicarse sin hablar, como se hacía y se hace usando las manos y, a veces, todo el cuerpo, lograban, de esta silenciosa manera, decir lo esencial a través del único idioma genuinamente universal, y nada, por tanto, "babélico". Lo asombroso de este lenguaje mudo tradicional consistía en que, a diferencia del rasero biológico contemporáneo, no se conformaba con dar cauce expresivo a actos reflejos primarios, sino que era una auténtica literatura sin palabras; que, en suma, contaba sofisticadas historias, con todo lo que éstas implican de sentimientos, pasiones y, por supuesto, ideas: una expresividad completa, sin fronteras preconcebidas, un arte, por consiguiente, "total". Más: como Chastel apunta, a partir de Leonardo, se llegó a la complejidad máxima de enlazar el gesto corporal con la oculta intimidad psíquica; esto es: lo visible del movimiento con la invisible emoción.

Aunque el arte actual no ha podido prescindir de la cálida comunicación física de lo gestual y la comunicación verbal tampoco ha podido hacerlo de, como dijo Barthes, "el grano de la voz", la tecnología cibernética nos lleva al grado cero de la expresividad, al automatismo de lo automático. ¿No irrumpirá entonces, alguna vez, como un relámpago, un dedo índice conminatorio, ese mismo, imprevisto y libertario, que enciende o apaga un aparato, el gesto de una gesta?

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