"La Historia no sólo la escriben los políticos, sino también los héroes populares"
Jesús Maeso de la Torre (Úbeda, 1949), ejerció la docencia y la investigación histórica antes de darse a conocer como escritor. Su primera novela, Al-Gazal, el viajero de los dos orientes, fue un éxito rotundo que revalidó con La piedra del destino, El papa Luna y Tartessos, todas ellas publicadas por Edhasa. En su última entrega, El auriga de Hispania, de reciente aparición, resucita a un ídolo de masas de la España romana cuya pérdida de memoria sirve como punto de partida para desbrozar intrigas políticas y reconstruir el esplendor del imperio.
Pregunta. ¿Cómo dio con un personaje como Gayo Apuleyo Diocles, el auriga de su novela?
Respuesta. El personaje es el resultado de una reflexión: definitivamente, la Historia no sólo la escriben los cancilleres, los filósofos y los políticos, sino también los héroes populares. Ahora hay un tema de palpitante actualidad, que es la influencia de los ídolos de masas como Beckham o Schumacher. Examinando la intrahistoria, vi que había un héroe perdido, una vida robada a la historia de España, el famosísimo Gayo Apuleyo Diocles, que gozó de la amistad de tres emperadores. Un personaje nacido en Emérita Augusta, que posee todos los ingredientes para ser considerado una figura épica: ídolo indiscutible de las muchedumbres de Roma, hispano, hombre libre, que venció en más de mil carreras, cosa nunca vista, y al que se le construyó una estatua donde ahora está el Vaticano.
"El auriga hispano Gayo Apuleyo Diocles fue amigo de tres emperadores"
P. ¿Cómo trascendió esa fama en la vida cotidiana de los romanos?
R. Lo más importante es que proyectaba como nadie el poder, el éxito y el esplendor de Roma en el mundo. No hay que olvidar que los juegos del Circo Máximo concitaban la atención de todo el imperio, como sucede ahora con algunos deportes. No había un solo romano que no fuera de uno de los cuatro equipos: rojo, blanco, verde y azul.
P. La novela no sólo medita sobre el éxito, sino también sobre su fugacidad.
R. Sí, y también sobre la fragilidad del ser humano. Es algo que acompaña a toda la novela, que pasa por Gades, Itálica, Roma, Tarraco, Alejandría...
P. ¿Cómo se le ocurrió conciliar la idea de memoria íntima y memoria histórica?
R. El auriga pierde la memoria y la va reconstruyendo poco a poco desde el recuerdo de cuatro caballos importantes en su vida. Eso me dio pie a hilvanar una conspiración de estado a través de las apuestas de las carreras, por un lado. Y por otro, alrededor de una profecía de Julia Balbila, nieta de los Balbos gaditanos, sobre unos denarios de plata con la efigie del templo de Jerusalén que aparecen en Roma, y que son la clave del enigma en la novela.
P. ¿Aquella Hispania nos presta también claves para entender la España de hoy?
R. Mientras me documentaba para la novela, sentía una gran envidia de esa Hispania totalmente vertebrada en el imperio, caracterizada por una unidad enorme, que no excluía a la Lusitania. Hoy los nacionalismos y su fuerza centrífuga tratan de negar una realidad que ya existía hace 2.000 años.
P. Aunque usted empezó a publicar en plena madurez, su bibliografía comprende ya cinco títulos y miles de ejemplares vendidos. ¿Esperaba ese éxito?
R. Yo no podía ni imaginármelo. La verdad es que la Historia tiene ahora un tirón enorme. Al lector le encanta volver a los paraísos perdidos del pasado, y España está llena de edenes de ese tipo. Tal vez muchos buscan en ellos soluciones para el futuro.
P. En sus ficciones ha explorado ya buena parte de la Edad Antigua y la Edad Media. ¿Cuál será la próxima aventura?
R. He empezado ya a trabajar sobre dos temas: la Peste Negra y la época de los Austrias. Las próximas historias girarán en esos contextos.
P. ¿No le tienta trabajar sobre sucesos contemporáneos, menos remotos?
R. Por un lado me encuentro a gustísimo buceando en la historia más lejana, y por otro no me gusta hacer distingo entre géneros. Quiero pensar que sólo hay novelas buenas y novelas malas. Y a la hora de escribir, siento que los autores sólo tenemos dos obligaciones: una, con la palabra bella, y otra con el lector. Mi ambición es presentarle tramas consistentes, escenarios vivos y personajes comprometidos.
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