La religión a los tres años
He seguido en su diario las novedades propuestas por la ministra de Educación en relación con la asignatura de religión y su alternativa, y en varias ocasiones he leído que esta materia se oferta actualmente a los alumnos desde los seis años de edad.
Tengo un hijo de doce y otro de tres años. Con el primero comprobé esa circunstancia: hasta que comenzó el primer curso de primaria no tuvo que abandonar su clase en las horas en que sus compañeros daban religión católica. Los primeros cursos apenas eran dos o tres los que salían, y con los años las clases han ido dividiéndose en dos grupos. Actualmente ya no supone
ningún problema, puesto que en primero de ESO los chicos cambian de aula, tienen asignaturas optativas y, por suerte, una mayor capacidad de comprensión.
Cuando creía que podía olvidarme de las segregaciones respecto a mi hijo mayor y confiando en que aún faltaban tres años para enfrentarme a las que tendría que soportar el menor, descubro con asombro que mi hijo pequeño debe elegir entre religión y no sé qué otra actividad alternativa. Con sólo tres años y sin tener más motivo que éste para separarse de sus compañeros en clase, mi hijo va a aprender algo de las religiones: separan a los niños.
Cuando sea mayor, su periódico y otros medios le enseñarán de qué terrible manera separan también a los adultos. Y nuestra familia ha tenido suerte: en su colegio, que es público, hay muchos niños que no dan religión, pero en otros, y sobre todo en los religiosos concertados, hay un buen número de niños cuyos padres, ante la posibilidad de que sus hijos se sientan solos, distintos o discriminados, aun no siendo católicos, les apuntan a esta asignatura.
Antes de llenárseles la boca con ese 80% de alumnos que eligen su opción confesional, esos jerarcas de la Iglesia deberían preguntarse honestamente si el motivo es, de verdad, el que a ellos les gustaría. De paso, nuestra ministra también debería investigarlo.
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