Días de asedio y muerte en Gaza
La ofensiva israelí contra el campo de refugiados palestinos de Yabalia ha dejado ya casi 90 muertos
Los blindados israelíes se han detenido a las puertas del campo de Yabalia, el más densamente poblado de Cisjordania y Gaza. Más de 120.000 palestinos, amontonados en poco menos de dos kilómetros cuadrados, se preparan para la ofensiva del Ejército de Israel mientras las tropas toman posiciones en los alrededores.
Yabalia vive con resignación el octavo de sus Días de Penitencia -como el Gobierno israelí ha bautizado la operación de castigo-, mientras el número de muertos se acerca ya a 90 (24 de ellos eran niños, según datos de Naciones Unidas), hay más de 300 heridos, y unas 150 casas han quedado destruidas. Es la mayor operación militar desde el inicio de esta Intifada.
Las excavadoras israelíes acaban de destruir la casa de Saleh Abu Rukba, de 42 años. Su esposa Fátima escarba en un montón de escombros del que ha empezado a rescatar media docena de cubiertos. En el suelo, mezcladas con la arena, han quedado esparcidas las páginas de una libreta escolar de uno de sus hijos, en la que aparece escrita en letra redondilla una pregunta: "¿Dónde está Palestina?".
Los médicos dicen que "los cuerpos llegan mutilados" y que nunca han visto nada igual
Anoche llegaron las excavadoras, custodiadas por carros de combate, hasta este rincón de Yabalia para destruir una treintena de casas en castigo por haber servido de parapetos a las milicias fundamentalistas de Ezzedine al Kassam, el brazo armado de Hamás, que horas antes había lanzado un misil artesanal sobre las posiciones israelíes, al otro lado de la frontera. Esta incursión de los blindados ha permitido a las tropas israelíes avanzar unos metros el frente, para acercarse un poco más al corazón de Yabalia.
Los soldados controlan ya un tercio del término municipal, creando una bolsa en la que permanecen asediados e incomunicados cerca de 40.000 vecinos. Desde lo alto de las colinas de arena los militares controlan todo el pueblo. La avenida Al Karama, en árabe El Honor, se ha convertido en la línea de batalla.
Los blindados se han situado ya a las puertas del campo de refugiados. Las milicias armadas de Hamás, Yihad Islámica y Fatah de Gaza se han concentrado sobre ese punto, dispuestas a defender con sus cuerpos la vida de los vecinos. Un artificiero fundamentalista en traje de combate, con el rostro cubierto con una capucha negra, ha empezado a excavar en la arena del camino hasta dejar al descubierto una carga explosiva, que con cuidado ha trasladado un centenar de metros más allá, con la esperanza de poder alcanzar uno de los blindados.
Los zanana, los aviones espías sin motor, sobrevuelan constantemente la zona. Son tan pequeños que parecen invisibles. Sólo se les detecta por el zumbido, aparentemente inofensivo, pero que en un instante puede activar la carga explosiva que lleva en su interior y convertirse en un misil asesino. Más de 60 palestinos han muerto en los últimos días por el impacto de este tipo de aparatos. El resto, hasta llegar a cerca de 90, lo ha sido por impacto de bala.
"Los cuerpos llegan destrozados, mutilados. Los que tienen más suerte y han logrado salvar la vida aparecen con grandes quemaduras, como si se hubiera lanzado sobre ellos napalm o un producto corrosivo. Nunca habíamos visto nada tan sangriento, tan trágico y criminal", asegura el doctor Raed Tubait, de 42 años, jefe de cirugía del hospital Kamal Odwan, el más importante del norte de Gaza, con 58 camas.
Los 270 empleados del centro sanitario se encuentran desde hace ocho días en estado de emergencia. Por sus quirófanos han pasado ya medio centenar de cadáveres y más de 300 heridos. Los más graves han sido trasladados a los hospitales de Gaza capital. En la mañana de ayer los muertos rebosaban en el frigorífico. La unidad de cuidados intensivos espera la llegada de los agonizantes. Todo se hace en silencio, por sueldos que en el caso de los médicos apenas llega a 1.000 dólares al mes.
La sede del Ayuntamiento está permanentemente con las puertas abiertas. Su gerente, Mohamed Bashir Attayeb, de 62 años, ex profesor de Matemáticas, trata de contabilizar el desastre. Los israelíes han destruido en poco más de una semana 150 casas, lo que ha dejado sin domicilio a cerca de un millar de familias, que han empezado a desplazarse hacia el interior del municipio. Deambulan con los ojos puestos en la línea de la costa, el último rincón seguro. Desde la playa quedan, mirando hacia atrás, seis kilómetros de destrucción, angustia y miedo.
"No hay agua. La conducción principal de agua está destrozada por varios puntos. Los soldados israelíes no nos la dejan reparar, a pesar de las mediaciones de la Media Luna Roja. Hemos empezado a aprovisionar a los vecinos con aljibes. Pero se trata de agua sucia no apta para beber. Los alimentos tampoco llegan a las casas", se lamenta el gerente municipal en su despacho, al que llega de vez en cuando el ruido de las ráfagas de ametralladoras israelíes, el impacto seco de los francotiradores palestinos y, al final, el estruendo de las explosiones.
Un grupo de milicianos, armados y con el rostro cubierto, cruza la calle como una exhalación para ir al frente, mientras musitan entre dientes, Ala Akbar, que suena como el castellano "no pasarán".
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