Estados Unidos y la democracia negativa
La campaña presidencial estadounidense presenta para el observador extranjero un carácter sorprendente: es esencialmente negativa. Si vemos la televisión, donde se deciden ante todo las cosas en ese país, los anuncios financiados por los candidatos, sus partidos y sus amigos están dirigidos masivamente contra el adversario. La comparación de los programas sólo aparece en segundo lugar. El tono de los mensajes no es el de una crítica razonada, unida a proyectos cuya singularidad todos intentan resaltar. Los ataques personales y las denigraciones sumarias monopolizan las pantallas.
Estos mensajes televisivos negativos no suponen ninguna novedad en Estados Unidos. En cierto modo, no son más que la adaptación técnica de una literatura de denuncia casi tan antigua como la democracia. Pero lo que antes era periférico, patrimonio de algunos movimientos populistas, que tenían algo de caso patológico o que marcaban las competiciones especialmente tensas, se ha convertido en la norma. En los albores de los años ochenta, los observadores consideraban que los mensajes negativos sólo constituían el 20% del conjunto. En 1988 se franqueó este umbral con motivo de la elección que desembocó en la victoria de George Bush padre, alcanzándose un índice del 50%. Una simple vista panorámica de las cadenas de televisión muestra que ahora está muy por encima de esta cifra: al menos dos tercios de los anuncios se basan en el descrédito del adversario. La ciencia política ya ha dado un nombre a este fenómeno y se habla de poison politics [política del veneno] o negative politics . Se empieza a estudiar como un hecho importante.
Las cosas se deciden sobre todo en la televisión, el medio de comunicación principal. Pero también se ve afectada la edición. El libro visceralmente anti-Kerry Unfit for Command (No apto para el mando) encabeza las listas de ventas desde hace varias semanas, mientras que por todas partes se encuentran pilas de The I Hate George W. Bush Reader (El lector que odia a George W. Bush). Por otra parte, se puede asimilar a esta categoría la película Farenheit 9/11, de Michael Moore (que ha provocado como contraataque Michael More is a Big Fat Stupid White Man (Michael More es un hombre grande, gordo y estúpido), también en un buen lugar de las listas de éxitos). ¿Los motivos de esta evolución? En principio son triviales: ¡funciona! Todos los estudios coinciden en señalar que el índice de penetración y memorización de los anuncios negativos es cinco veces superior al de los mensajes positivos.
Por lo tanto, es mucho más "rentable" demoler al adversario que exponer los méritos propios. Al mismo tiempo, las reticencias morales han sido superadas, bajo la presión de los profesionales de la campaña y sus argumentos; sobre todo porque el riesgo del "efecto boomerang" al final ha resultado ser muy limitado, según los expertos. Por otra parte, hay que destacar que la publicidad negativa ha invadido también el espacio propiamente comercial. Los denominados anuncios "comparativos", autorizados en Estados Unidos, son en la mayoría de los casos una tapadera para mensajes negativos destinados a desprestigiar, hábilmente, para evitar demandas, los productos de la competencia. Lo que prima es el mismo cálculo de "eficacia".
Hay una cifra especialmente significativa: el 80% de los gastos de las asociaciones "independientes" de los partidos y de los candidatos que hacen campaña (su existencia está ligada en parte a las características específicas del régimen fiscal y reglamentario de las elecciones) están dedicados a producir y difundir estos mensajes negativos. Hay que decir también que se ve en ellos la clave del enfrentamiento electoral. Su independencia formal les permite, además, ser especialmente virulentos: así, Bush siempre ha conseguido que parezca que no avala los ataques más virulentos, y quizá los más eficaces.
Una vez establecidos los hechos, se plantean dos cuestiones. La primera, y la más inmediata, es valorar el impacto de este "estilo político" en la situación de la carrera actual. La segunda consiste en evaluar lo que revela esta tendencia en cuanto a la situación y el futuro de la democracia estadounidense. De hecho, los mensajes negativos tienen un cuádruple efecto político. Para empezar, actúan en cada campo como condensadores de opiniones adquiridas y reductores de estados de ánimo. La sensación de distancia absoluta con el adversario se sustituye por la proximidad razonada con el candidato preferido. Así, el elector de Kerry verá sus posibles dudas barridas por la evidencia moral del "cualquier cosa menos Bush" y viceversa. Por lo tanto, sobre este punto, el efecto es equivalente para las dos partes. La política negativa tiene después como consecuencia el aumentar la ventaja del candidato en el poder. La razón es que la denigración tiene efectos asimétricos. Aumenta en mayor medida la duda sobre la personalidad del aspirante, menos conocido y que no ha sido observado en el puesto supremo. El elector, por el contrario, se siente en un terreno más seguro con un candidato saliente al que ha evaluado en la acción, aunque le critique.
Los mensajes negativos también tienen como consecuencia el desmovilizar a los electores flotantes. Estos electores, denominados "independientes", no hacen más que dudar entre los candidatos y su voto oscila entre los partidos. También dan muestras de un cierto escepticismo político. Ponen en duda la utilidad misma del voto; por lo tanto, los mensajes negativos no hacen más que aumentar su desilusión y su escepticismo frente a la política en general. Y lo mismo ocurre con los no censados. Los jóvenes son especialmente numerosos en las dos categorías (sólo el 32% de los menores de 25 años votaron en las presidenciales de 2000), igual que los miembros de las minorías. De ahí la dificultad de Kerry de reducir el índice de abstención y de aumentar el número de inscritos, lo cual le beneficiaría.
Por último, la política negativa está mucho más en con-
sonancia con los fundamentos republicanos. Éstos, en efecto, se alimentan de una sensibilidad hostil a Washington, al Gobierno y a los políticos. Están menos desestabilizados por este estilo de mensajes, mientras que todas las encuestas muestran que los electores demócratas aspiran a un mayor positivismo, a más propuestas, ya que creen en la utilidad de la política. Por lo tanto, para remontar la pendiente, Kerry sólo puede contar con la vuelta a la campaña de un cierto positivismo. Sus amigos le presionan para que contribuya a cambiar el centro de gravedad de la carrera. El debate sobre las apuestas, en efecto, tiende en esencia a igualar: la ventaja del que sale se difumina ampliamente en este terreno. Por eso, los tres enfrentamientos entre los dos candidatos influirán probablemente en la decisión final.
¿Y más allá de la campaña actual? Desde luego, se puede considerar que los factores propiamente estadounidenses son decisivos en la irrupción de esta política negativa. El lugar que se ha dejado a la publicidad televisiva en la campaña, las reglas y el aumento de las financiaciones, la definición más extensa de libertad de expresión, constituyen en efecto otras tantas características específicas. El declive de una deliberación pública viva y argumentada y el advenimiento de una visión política guiada por sentimientos de rechazo están claramente ligados al libre despliegue de estos elementos. Pero hay también un movimiento más general de las democracias, en el que se inscribe la evolución estadounidense: es el de la aparición de ciudadanos globalmente más escépticos. Durante dos siglos, las democracias se han basado en la organización de la confianza entre elegidos y electores, aspirando a ver a los primeros realizar los sueños y las ambiciones de los segundos. Ahora en muchos países es como si hubiera llegado insidiosamente el tiempo de la desconfianza, y como si la minimización de las insatisfacciones y la moderación de las esperanzas constituyeran los nuevos horizontes. La gran apuesta política del siglo XXI será saber cómo puede superarse este desencanto sin que renazcan las simples ilusiones del pasado. Estados Unidos nos tiende en esta materia el espejo deformante en el que debemos saber reconocer la imagen de nuestras torpezas y nuestras evoluciones ocultas. Sólo tomándolas en su justa medida podremos enmendarlas.
© Le Monde / EL PAÍS.
Pierre Rosanvallon es profesor del Colegio de Francia y director del Centro de Investigaciones Políticas Raymond Aron. Traducción de News Clips.
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