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Columna
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A la salud, por la patria

En aquel tiempo dijo Juan José a sus discípulos: "No os pongáis nerviosos, no os atragantéis ni tengáis prisa". Si yo fuera discípulo suyo y además joven, recibiría sus admoniciones al menos con circunspección. Primero, porque me toma por un neurótico. Está bien que le diga a la oposición que no se ponga nerviosa porque ya están muy nerviosos, pero no veo por qué tendría que gritárselo a los suyos que sólo somos entusiastas y entregados. Lo de no atragantarnos supongo que se refiere a que no nos empapucemos de nación, pero la metáfora no me parece adecuada por lo que diré después, todo ello sin empacho de que si nos está todo el día repitiendo que somos nación y la mejor, no veo cómo podríamos evitar no atascarnos o atarugarnos si el más atascado y atarugado es él, con perdón.

En lo único que estoy completamente de acuerdo es en no tener prisa, porque si fuera discípulo suyo y joven no tendría ninguna prisa en hacerme mayor. Y no lo digo porque te jubilan, que bastante patético fue ver a don Xabier con visera y gafas de sol como un alemán en Mallorca, ni tampoco porque no esté seguro de que el Reich, digo, Euskal Herria no vaya a durar otros mil años, sino porque en el mundo real no conviene ni siquiera cumplir los veinte.

Porque el mundo real pinta muy mal para los jóvenes. Sesudos analistas del campo de la sociología y otras disciplinas han llegado a la conclusión de que los jóvenes que tienen ahora veinte años no podrán aspirar a mejorar el nivel de vida que alcanzaron sus padres, cosa que no se daba desde hace décadas. Y cuando dicen jóvenes se refieren a todos los jóvenes, incluidos los discípulos de Juan José. Para empezar está la formación, que se ha devaluado muchísimo. Lo que se conocía como tener estudios no sirve en el mejor de los casos más que para encontrar un trabajo por debajo de la titulación, y eso con unos contratos que por algo se han llamado basura.

Hay analista que opina que el haber estudiado no vale ni siquiera para presumir de cultureta, porque no alcanza ni para desasnar. Hombre, siempre habrá que renovar por ley de vida cargos y puestos de trabajo de cierta clase, pero eso como mucho igualaría lo anterior y no supondría un avance del listón salvo en raras excepciones. Con el agravante de que ahora cuesta mucho más que antes mantener determinado estatus. En tiempos de los padres y de los abuelos, los gastos suntuarios estaban reservados a la clase alta; ahora cualquiera puede tener su entrenador personal, un par de adosados y gayumbos de diseño.

Claro que, hablando de abuelos, la vejez de quien ahora es joven, aunque pertenezca a las huestes de Juan José, se antoja un poco complicadilla. ¿Con qué se jubilarán? Es imposible que la juventud no se ponga nerviosa contemplando no el arca de Noé -ese navío que Juan José nos está fletando para salvarnos del diluvio constitucional y llevarnos, boga boga mariñela, hacia el País de Nunca Jamás- sino asomándose a las arcas de la Seguridad Social que estarán tocando fondo porque los que se vayan jubilando un poco antes que ellos se gastarán mucho en salud. Aunque igual no tanto como los jóvenes que tienen ahora veinte años y que, si son de Juan José, no pueden aceptar con agrado que se les mente el atragante, ya que muchos están obesos y si no padecen ahora mucho lo padecerán cuando cumplan unos pocos años más, ya que comen pésimamente, empiezan a beber a los 13 años y hacen poquísimo ejercicio, como todos los de su quinta.

Por si esto fuera poco, aún han de apechugar con la herencia ecológica de sus mayores, incluido Juan José, que les estamos dejando una Tierra -incluida la de aquí- hecha unos zorros y, qué risa, recalentada. Sí, el mundo real está bastante complicado incluso para los que no son de Juan José. Sólo que quienes no lo son no pueden permitirse el consuelo de un guía espiritual que les amoneste para que no corran, no se atraganten, ni estén de los nervios. Pero, ¿merecerá la pena? ¿No será malo para la patria, digo, para la salud, tragar a cambio tanta rueda de molino?

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