Turquía, sin fecha
El último informe de la Comisión Europea sobre Turquía da lo que podría calificarse como un sí, pero con muchas cautelas, a su ingreso en la UE. El documento sobre los avances políticos y económicos durante los pasados 12 meses, que se hará público el miércoles y sobre el que los Veinticinco basarán en la próxima cumbre europea de diciembre su decisión de abrir o no negociaciones para la adhesión de Ankara, es una antología de razones por las que el ingreso habrá de quedar para un futuro relativamente lejano -tal vez diez o quince años-, sin poner en duda por ello el derecho de fondo del gran país musulmán a ser uno de los nuestros. Aunque nada excluye que el proceso negociador sea tan exigente que desemboque en fracaso o en una fórmula distinta a la de la plena adhesión.
Esta vez parece poco probable que los líderes europeos aplacen la decisión, como ocurrió en 2002, y menos aún que digan no en momentos en que arde la guerra de Irak, el contencioso palestino-israelí parece más intratable y sangriento que nunca y Occidente sufre la agresión de fuerzas difícilmente identificables que llamamos del islamismo radical. La negativa sería como arrojar al mundo islámico en brazos del terrorismo internacional, del que se responsabiliza a Al Qaeda y a su intangible líder, Osama Bin Laden. Pero sí cabe interpretar la negativa de la Comisión a comprometerse más allá de lo estrictamente necesario como una forma de aplicar una fortísima presión para la reforma del Estado turco, al tiempo que una garantía a los miembros de la UE de que se podrá demorar indefinidamente el ingreso otomano en el club.
El documento detalla las áreas en las que lo avanzado deja todavía que desear. La práctica de la tortura y los malos tratos por parte de la seguridad del Estado; la discriminación general de la mujer, con mención especial de los llamados delitos contra el honor, las pruebas de virginidad, y la violencia doméstica; las limitaciones a la libertad de expresión, notablemente en lo tocante a la "indivisible unidad nacional", el trato de la minoría kurda, y los presuntos insultos a las instituciones, constituyen una lista que merecería por sí sola el recaudo de uno de los más ominosos círculos del infierno del Dante.
Los problemas materiales de la adhesión como el subsidio de la agricultura turca, que recibiría más de 11.000 millones de euros anuales, en un país cuya renta per cápita no llega al 30% de la media de la Comunidad, el impacto financiero del ingreso, evaluado en casi 28.000 millones de euros -el 0,17% del PIB de la UE-, o el previsible desbordamiento de la mano de obra turca sobre los mercados comunitarios, parecen, por comparación, casi peccata minuta.
El ingreso en Europa de lo que hacia 2020 serán no menos de 80 u 85 millones de turcos -para entonces el país más numeroso de la UE junto con Alemania- y que apoya sin fisuras España, tanto ahora con el Gobierno socialista como anteriormente con el PP, es una medicina o un reconstituyente que las autoridades comunitarias creen, sin duda, que hay que tomar en pequeñas y espaciadas dosis, con la posibilidad apenas disimulada, si se llega a estimar necesario, de echar freno y marcha atrás.
No hay por qué criticar esa prudencia, si no se entiende como camuflaje para el no, pero sí hacer que obre de estímulo para que Turquía se modernice sin dejar de ser el puente entre Asia y Europa. El planeta será más seguro con Turquía en la UE; la UE será más fuerte con Ankara entre sus miembros, y al mundo le conviene que, así, Occidente extienda sus fronteras.
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