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LA INMIGRACIÓN, POR DISTRITOS | Centro

La generación de ninguna parte

Varios chavales magrebíes pasean por Lavapiés sin rumbo fijo. Son inmigrantes muy jóvenes, sin expectativas, a los que es difícil ilusionar con un proyecto. En la Asociación de Trabajadores Inmigrantes en España (ATIME), tienen un proyecto en ciernes para levantar la moral a estos chicos. "Estamos intentando hacer un equipo de fútbol con ellos, para que se ilusionen; el problema es que un día vienen tres a la reunión, otro día no aparece ninguno...", explican desde la asociación. En Atime, además, tienen un programa para ayudar a los niños inmigrantes, magrebíes o no, a integrarse con sus compañeros. Los viernes por la tarde, en un local de Lavapiés un grupo de chavales juega y hacen los deberes con responsables de la organización.

Otros inmigrantes o hijos de inmigrantes sienten la convivencia de otra manera. Frederick Bravo, de 15 años, está harto de que en el instituto le llamen "el chino". Porque Frederick no es chino, es madrileño, pero sus ojos achinados y su piel color aceituna le hacen ver como un inmigrante a los ojos de sus compañeros. Sus padres, además, tampoco son chinos, son filipinos. A sus amigos Marco Cordero, de 16 años, y Jaypee Marges, de 19, les pasa lo mismo.

Estos tres chicos son inmigrantes de segunda generación, hijos de filipinos que viven en el distrito de Centro. Un abismo les separa de la generación de sus padres. Los padres de Jaypee trabajan limpiando en una casa, mientras él estudia un curso para ser facturador de aeropuerto. "Mi madre sólo se relaciona con filipinos", cuenta este chaval, que lleva medio bote de gomina en el pelo y es aficionado a los videojuegos.

Jaypee se siente filipino. Frederick y Marco, españoles. Los tres se han sentido extraños cuando algún verano han viajado a Filipinas. "Nuestros padres quieren que estudiemos para que tengamos mejor suerte que ellos y ganemos más dinero", explican. De momento, a Frederick le quedaron el año pasado dos asignaturas y a Marco, tres.

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