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Columna
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Gauguin

Esta semana se ha inaugurado en Madrid una exposición del memorable pintor francés Paul Gauguin. La capital de España recoge en dos muestras -en el Museo Thyssen y en la Casa de las Alhajas- la maestría de Gauguin y la capacidad de aprender de sus discípulos, todos ellos, desde Picasso a Pissarro, influidos por las técnicas temperamentales de un artista irrepetible.

En la Bretaña francesa hay un pueblo pequeño que se llama Pont-Aven, entre Quimper y Lorient, no lejos de Vannes. Esta tierra de crepes, sidra, ostras y crustáceos acogió a Gauguin que decía: "Amo Bretaña. Allí encuentro lo salvaje, lo primitivo. Cuando mis ancestros resuenan sobre este suelo de granito, escucho el tono sordo, mate y potente que persigo en la pintura". Llegó en 1886 a Pont-Aven y se alojó en la pensión Gloanec para crear, junto con un grupo de amigos, una escuela de arte, considerada desde sus raíces impresionistas anuncio del arte moderno. El Cristo amarillo de Gauguin está inspirado en la imagen de madera del siglo XVII que se encuentra en la capilla bretona alicantina de Trémalo.

El mar atrae las palpitaciones del arte. En la Marina alicantina también se podrían establecer las conexiones con el mundo del arte y de manera muy especial con Joaquín Sorolla Bastida. Sorolla se inspiró en Xàbia para pintar las obras más rotundas de su producción. Escenas de pesca, las labores en tierra firme, los marineros faenando, algún retrato o el remiendo de las redes, nos recuerdan que Sorolla veraneaba y trabajaba en Xàbia. Allí, bendita ilusión, los próceres municipales podrían haber aprovechado la circunstancia para crear una aureola de aprendizaje al lado de los personajes ilustres. No se ha hecho nada. Pocos saben que Joaquín Sorolla acudía a Xàbia y se hospedaba en una casa todavía reconocible frente al puerto.

Sorolla, André Lambert y Domingo de Urteaga constituyen el esbozo de una primera propuesta que podría dotar al pueblo de un proyecto inspirado, moderno y con una financiación holgada. Lo primero sería esforzarse en superar la excesiva estacionalidad que concentra la demanda de equipamiento y servicios. El modelo turístico de sol, playa, paseos, cemento y construcciones es pan aparente para hoy y hambre para mañana. No hay que saquear la mina sino prolongar su pervivencia con el fin de que sea perdurable. Construir más amarres o ampliar el puerto, además de exacerbar los ánimos, no es más que una forma de agravar el problema y alargar en el tiempo su agonía. Las Intervencions plástiques a la Marina, que promueve Tomás Ruiz en Benissa, Xàbia, Teulada-Moraira y Dénia son un ejemplo a seguir.

Dotar a la zona de infraestructuras y frenar el ansia de levantar edificios en lugares insólitos es la prioridad. Faltaba la urgencia de que los visitantes puedan sentirse seguros en sus casas. De nada sirve un magnífico enclave si no hay forma de garantizar la seguridad de quien ha de alojarse en cualquiera de las múltiples urbanizaciones. Si no se le pone remedio, las gentes se asustarán, se retraerán y en ningún caso se sentirán con la suficiente paz personal para afianzarse a un modelo o a un proyecto. Sorolla no es Gauguin, pero podría servir.

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