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VIAJE DE CERCANÍAS
Columna
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Coronado y con espinas

A partir de la semana próxima todos los hombres de 40-45 años tendrán su propia revista pensada para esa edad. El mensaje es que de los 40 a los 45 años el hombre está en el mejor momento de su vida. Se trata de una etapa insuperable. Estás en la plenitud de tus facultades. Tu poder adquisitivo aumentó y tu elevada capacidad de consumo exige ser saciada.

No me pregunten qué es lo que desea el hombre de 40-45 años además de ser menos cuarentón de lo que aparenta. No tengo ni idea porque ni siquiera cuando tuve esa edad me enteré de por dónde iban los tiros. Quizá por eso me pidieron los editores de esa nueva publicación que entreviste a José Coronado para el primer número.

¿Cuál es el perfil del varón en ese lustro de su madura existencia? ¿Es un perfil único o hay varios, incluso contrapuestos?

Dicen que existen los metrosexuales (un chollo para las marcas) que tienen poco que ver con los metasexuales (que pasan de todo), o con los infrasexuales (que no distinguen su propia identidad)

Dicen que existen los metrosexuales (un chollo para las marcas) que a su vez tienen poco que ver con los metasexuales (que pasan de todo), o con los infrasexuales (que no alcanzan a distinguir su propia identidad). Si es así, ¿qué nos puede decir el actor José Coronado que no le hagan decir en la soporífera serie de Tele 5 dedicada a los años 80?

Coronado es un icono ibérico de 45 años bien llevados. Es discreto. Un tipo normal. Asi que acepté el encargo y el día acordado me presenté en el lugar indicado. Antes visité su página en Internet.

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No había yo pisado Madrid desde el fatídico 11-M, que me pilló cerca de Atocha. Como siempre que trabajo en un libro mi vida es de misántropo. No veo a nadie. Hablo con mi perro para no hablar solo. Llevo alpargatas todo el día. Las chaquetas desaparecen. Una corbata es alimento para las polillas. Pero ahora debía disfrazarme de ciudad. Calzar zapatos de piel, lo cual es un engorro, abotonarme la camisa y encima tomar un bloc de notas antes de subir al avión.

En un plató que parecía un garaje estaban desde las 10 de la mañana retratando a un Coronado con las espinas de Armani y otras lanzas de marca. Le hice un gesto con la mano y él arqueó las cejas que, por cierto, le habían pintarrajeado al estilo Zapatero para darle mayor profundidad a su mirada.

Pero lo que de verdad me pareció fuerte eran sus zapatos de serpiente afilados como una cobra o cascabel con las puntas abiertas y hacia arriba. ¡Qué miedo! ¡Qué dolor de pies!, me dije. Luego le pusieron botas que parecían estiletes de traumatólogo. Pero Coronado aguantaba cualquier tortura. Una chica que manejaba luces exclamó: "¡Es un cielo, me lo comería tal cual!" Pero yo imaginé que el actor no deseaba ser fagocitado por la calenturienta del candelabro, sino que prefería ser asistido a pie de obra por un artesano de babuchas. Cualquier cosa menos estos clavos en la cruz.

José Coronado me cayó muy bien. La esteticista dijo que apenas necesitó un poco de agua fresca para deshincharle la cara. El resto, todo natural. Barba de dos días. Patas de gallo. Entradas pronunciadas en el cabello. Es mejor que se vea. No hay que tapar años sino mostrarlos en su luminoso esplendor.

Después le pusieron pinzas de tender ropa por la espalda para ceñir la chaqueta a su cuerpo, sin disimular una tripita acorde con la edad y la buena mesa. Las barrigas, sentenció otra experta del equipo, tienen encanto. Y además a Coronado le repiten con frecuencia en la serie que está muy bueno. Eso va en el guión. Asi que no procede camuflar los michelines. Si Coronado luce lorzas en la cintura, los lectores de su edad desearán las mismas lorzas. ¡Todos igualmente buenos! ¡Todos somos Coronado! Y eso es buenísimo para el lanzamiento de la revista.

También lo ataviaron de motero porque el actor gasta en la vida real una Harley Davidson de época. Ama su moto. Acaricia su sillín. Pule su manillar. Y al ponerse el casco parecía no Coronado sino un anónimo repartidor de DHL perdido en un embotellamiento. Alguien podría confundirlo con Bertín Osborne.

Coronado fumaba un Camel detrás de otro. No sé como no le salió joroba de dromedario, pensé. No sé cómo puede tragar tanta nicotina en tan poco tiempo, todo el tiempo. Pero el médico le dijo hace poco que estaba perfectamente. Claro que él no quiere prolongar esta viciosa dependencia del tabaco: él es libre y en absoluto convencional. Aunque padre de dos hijos proclama su soltería y a mucha honra. Recela de la familia por contrato.

Hablamos de perros (tiene cinco, uno de ellos de perrera), de su trabajo que le va muy bien, de la salud de la que no hay que quejarse por si acaso, de la soledad que siempre hace falta tanto como los buenos amigos, y así llegamos a una última pregunta: suponiendo que fuera homosexual, ¿se casaría con su pareja como desean casarse muchos homosexuales? Coronado disparó rápido: por nada del mundo lo haría. Pero comprende que algunos homosexuales deseen contraer matrimonio por una cuestión práctica, por unos derechos civiles u otras razones legítimas.

Ser famoso, reconoció, te puede trastornar. Pero si miras alrededor ya hay demasiado idiota dejándose caer en los programas basura de la televisión. ¿A quién le importa que te acuestes con tal o cual famosa? ¿Es que su fama acaba siendo tu fama por un virus de cama? Eso es una enfermedad contagiosa. La gente quiere escudriñar al vecino por el ojo de una cerradura cuya llave sale a subasta. Por cualquier escándalo se pagan precios de escándalo.

En cambio, para un actor ser respetado vale mas que ser famoso, dijo Coronado.

Tres horas de cámara en pie, sentado, tumbado, en cuclillas y casi boca abajo parecía mas que suficiente para una portada de magazine. La música de Bob Marley empezaba a aburrirnos. Coronado se quitó el ultimo par de zapatos (el mas hortera y puntiagudo de la colección) y respiró a gusto el humo de su enésimo pitillo. ¿Qué tal unas alpargatas de esparto?, le propuse. "¿Y qué tal jodidamente descalzo?", dijo él.

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