Raymond Borde, crítico de cine y surrealista
Raymond Borde, que murió la semana pasada en Toulouse a los 84 años, fue fundador de la Cinemateca de Toulouse, convertida gracias a sus desvelos (la dirigió hasta su jubilación) en una de las más importantes del mundo, pero también destacado crítico de cine de la corriente comprometida que en Francia se agrupó en los cincuenta alrededor de la revista Positif.
Hombre combativo y a veces atrabiliario, yo definiría a Borde como un triple militante: en las primeras trincheras donde se luchó por la conservación y custodia del material fílmico, en la defensa de un cine de contenidos políticos, y como surrealista de la segunda hornada, cercano a André Breton en sus tiempos finales de gran pope del movimiento.
Enfrentado famosamente al otro gran cinematequista francés, Henri Langlois, que creó y dirigió hasta su muerte la Cinémathèque por excelencia, la de París, Borde logró independizar la sede de Toulouse -en el comienzo mera filial de la parisiense- de la gestión amorosa pero un poco loca de Langlois. Impuso criterios más profesionales y, digamos, científicos, a la búsqueda y difusión de obras del periodo mudo, en particular del cine cómico norteamericano, sobre el que Borde escribió tres libros de referencia (dedicados a Stan Laurel y Oliver Hardy, a Harold Lloyd y a Charles R. Bowers, del que fue redescubridor).
Autor igualmente de libros sobre el neorrealismo y el nuevo cine italiano de los sesenta, yo recuerdo sin embargo como su mayor contribución escrita a la historiografía cinematográfica el espléndido Panorama del cine negro americano, escrito en colaboración con Étienne Chaumeton. En esa obra pionera -su primera edición es de 1955- Borde, haciendo una lectura vigorosamente realista y hasta política del género, mostraba la suficiente agudeza para celebrar, por ejemplo, la originalidad de un maldito como Joseph H. Lewis, realizador de ese incomparable thriller que es Gun Crazy (El demonio de las armas).
En las páginas de Positif, creada en Lyón en 1952, Borde se encontró con otros nombres relevantes de la crítica francesa como Bernard Chardère, Louis Séguin, Marcel Oms y el más joven Michel Ciment, pero también con cinéfilos adscritos a la erotomanía de corte surrealista como Robert Benayoun y Ado Kyrou. Fruto de su interés por esa vía del irracionalismo fetichista (que le llevó también a adorar y tratar a Buñuel) es el extraordinario documental que Borde realizaría entre 1962 y 1964 sobre el gran fotógrafo travesti y sado-maso Pierre Molinier, del que el IVAM ofreció una muy buena exposición en 1999.
Positif sostuvo, sobre todo en los cincuenta y sesenta, una guerra encarnizada (que marcó el sesgo posterior de la crítica y aun de la apreciación cinematográfica mundial) con la revista rival Cahiers du cinéma. Borde, miembro del Partido Comunista, encontraba en el grupo cahierista de los Truffaut, Godard, Rohmer y Bazin una "visión de derechas" del cine, y a su formalismo americanista anteponía las películas de Kurosawa, Wadja, Antonioni o -dentro de Hollywood- John Huston.
Michel Ciment, escribiendo hace dos años en el libro antológico que festejó el cincuentenario de Positif, se hacía eco de la autocrítica que el propio Borde hizo de sus dogmáticos combates de aquella época, resultantes en un desprecio sin paliativos a Hitchcock, a Rosellini y a la plana mayor de la Nueva Ola francesa. Así se amaba entonces, con un chispeante y acérrimo maniqueísmo, el cine.
Raymond Borde cultivó en sus últimos años la novela autobiográfica, aunque en el campo literario lo mejor que escribió es L'extricable (1963), un texto breve que contó en su momento con el elogio santificador de Breton.
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