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Columna
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La morisma

No merecería la pena abordar la cuestión aludida por el ex presidente Aznar en su primera intervención profesoral en Washington de no tratarse de una cuestión más de fondo.Remontar hasta el siglo VIII el origen de la confrontación esencial entre España y el islam y ligarla al actual terrorismo islámico puede parecer grotesco. Se diría que quien emite esta opinión es un filósofo muy cercano a la estirpe del "guerrero del antifaz". Todo lo que los dirigentes del PP afirman en su nota acerca de la propia trayectoria ante el terrorismo es verdad, pero no libra al lector del inquietante interrogante de cómo Bin Laden ha podido opinar antes que Aznar lo que éste ahora repite. Pero dejemos la referencia a una persona que, de una vez para siempre, debiera darse cuenta de dónde está y cuál es el camino que debiera seguir para bien de su partido.

Lo peor es que la frase que ha hecho nacer la polémica se integra en un contexto más amplio. El "neoconservadurismo" no es ya sólo una tesis de la derecha norteamericana, sino una concepción del mundo y la vida que tiene cada vez mayor éxito en la española. No es extraño que arraigue porque en ella parece semilla plantada en tierra propicia. Neoconservadurismo a la española es, por ejemplo, seguir la política de Bush. Neoconservadurismo es también la defensa de determinados aspectos de la vida individual de los que lo justo sería dejarlos al libre arbitrio sin pretender que la ley estableciera una barrera contra el cambio.

En el caso español, el neoconservadurismo adquiere especiales características en relación con el islam. No se entiende la cultura española sin la convivencia a menudo conflictiva -otras veces fecunda- entre tres religiones. Pero están apareciendo quienes unen religión, imposibilidad de convivencia entre culturas y repudio al multiculturalismo, todo en pro de una nación española resurgente frente a sus supuestos asesinos.

Veamos algunos ejemplos. En la primavera pasada, Serafín Fanjul se lamentaba en la prensa de derechas que la Iglesia ocultara los Santiago Matamoros para satisfacer al multiculturalismo. Hubiera sido lógico pensar que debía haberlo hecho hace tiempo porque, como escribió Maritain durante la Guerra Civil española, el mismo concepto de "guerra santa" no es cristiano, sino islámico. En junio, Jon Juaristi despotricaba contra la tesis de la convivencia entre tres culturas a la que consideraba coincidente con la balcanización y posterior destrucción de España. Poco más cabe decir del libro de César Vidal España frente al islam: de Mahoma a Bin Laden, porque el propio título demuestra que había alguien dispuesto a defender algo semejante a la frase de Aznar antes de que se le pasara por la cabeza.

Existe, pues, un cuerpo de doctrina del que se puede abominar, pero no negar la coherencia. Lo malo radica en ella, porque si la proyectamos en el presente o sacamos sus consecuencias inevitables, el resultado es poco menos que catastrófico. Incluso en el pasado, porque equivale a justificar la expulsión de los morismos en un año conmemorativo de la reina Isabel en que lo más oportuno sería eludir la cuestión. En la práctica supone, sobre todo, una exacerbación del menéndez-pelayismo que identificaba catolicismo con nación española. Pero lo peor del caso se refiere a la España actual y los procesos inmigratorios que se dan hacia ella procedentes del Magreb. Si es verdad cuanto afirman los personajes citados, no es extraño que se parta de una actitud xenófoba y despreciativa ante lo diferente.Es cierto que en el mundo islámico perduran actitudes de repudio a la modernidad y a la democracia. Si partimos de que eso es así de modo irremediable o sólo se soluciona previa una guerra, las consecuencias han sido, son y serán lamentables.

El PP va a celebrar un importante congreso del que todos tenemos derecho a esperar que pueda ejercer una oposición eficaz. Hay numerosas ambiciones en juego, pero eso no tiene importancia. De nada servirá que se enrede cada vez más con un neoconservadurismo que le convertirá en estéril.

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