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Columna
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Izar

El navío militar Durango fue la primera embarcación construida para la exportación en los astilleros de Valencia. En 1936, año en que se inició la Guerra Civil, se entregó a la Marina mexicana. Señaló un punto de inflexión en la trayectoria de la economía valenciana, que no recuperaría el pulso hasta 1957, superadas las consecuencias de la posguerra, que se caracterizó por la autarquía y el aislamiento de España en el concierto internacional.

La crisis ahora reverdecida del grupo naval Izar resitúa la posición de los astilleros valencianos, que iniciaron su andadura en 1916 mediante una cesión oficial de terrenos a Ramón Gómez Cano. Esta concesión se transfirió, en 1917, a la compañía Trasmediterránea, también de iniciativa y capital valencianos. Unos años después, en 1924, se creó Unión Naval de Levante -presidida por José Juan Dómine- a la sombra financiera del Banco de Valencia, cuyo grupo, después liderado por el Banco Central de Ignasi Villalonga Villalba, fue una de las joyas de la corona, hasta su conversión en Unión Naval Valencia, sociedad presidida por Vicente Boluda Fos.

La trayectoria de los astilleros de Valencia se caracteriza por su carácter privado con respecto a otras instalaciones del sector naval, incluida la fábrica Izar de motores de Manises, que se han movido durante la mayor parte de su existencia en la órbita del sector público. Estas empresas han funcionado, hasta hace muy poco, apuntaladas por subvenciones que han motivado la reclamación de la Comisión Europea de mil millones de euros al grupo Izar. La sanción ha ocasionado una crisis de liquidez en la industria naval española de origen público y el anuncio de cierre inminente por inviabilidad. Los veteranos de la información económica recuerdan que cuando el grupo Banco Central, liderado por Alfonso Escámez, se sentía amenazado por alguna OPA hostil -hubo una de Banesto especialmente agresiva-, se replegaba en torno al Banco de Valencia, Unión Naval de Levante, Dragados y Construcciones y Aumar. Todas son compañías privadas, con sede en Valencia, menos la empresa constructora, que se trasladó a Madrid, aunque fue concebida por dos valencianos ilustres: Ignasi Villalonga y Joaquim Reig.

Ahora cabe reflexionar sobre la evolución de todos estos negocios que han diluido sus raíces valencianas en un grupo económico que aunó en su día a entidades financieras, astilleros, constructoras, concesionarias de autopistas, compañías navieras, industrias, intereses agrícolas, compañías de seguros y empresas exportadoras. No fue casual que desde los más importantes astilleros privados españoles, radicados en Valencia, se exportaran los primeros buques para la Marina mexicana en 1936. En julio de aquel mismo año se inició la Guerra Civil, conflicto que provocó el colapso absoluto para toda la actividad económica valenciana. Ahora Emilio Botín, Florentino Pérez y Fernando Fernández Tapias lidian a sus anchas en el coso valenciano. Sólo se ha salvado el Banco de Valencia, controlado por Bancaixa, gracias a la visión empresarial de José María Simó Nogués y Unión Naval Valencia, vinculada al grupo Boluda. La actividad económica no es únicamente ganar dinero. Falta visión de país.

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