Polos opuestos
En estos libros cuenta André Gide dos viajes: uno real y otro alegórico. No debemos dejar que se pierdan entre la abundante literatura de viajes de nuestro momento. Éstos vienen de otra época y tienen otro alcance. A finales del XIX y principios del XX el viaje era todavía un acto trascendental, por difícil. Pero hay mucho más. Sin descuidar la geografía, algunos libros de viaje levantan acta de la historia. Este Viaje al Congo contiene la declaración anticolonialista de André Gide. Algo parecido pasó años después, cuando en Regreso de la URSS fundamentó su abandono del comunismo. Palabras mayores, pues. El viaje por África se inicia con las expectativas estéticas propias de un posromántico: ansia insaciable de exotismo. Sentencias sorprendentes que indican que el que anota es un poeta: "Nunca se acuna bastante a los niños en sus primeros años", dice Gide para prevenir el mareo del barco. ¿Por qué este viaje nada tiene que ver con los de ahora? Por ejemplo, porque fue aplazado durante 36 años. Porque su principal referente es novelesco: El corazón de las tinieblas, de Conrad. Por las lecturas que se lleva Gide: La Fontaine, Bergson, Corneille, y oraciones fúnebres de reinas europeas. A medida que se adentra en África su prosa se muestra tan imperial como el latín de César en las Galias. Basta ver en las primeras páginas el mapa en Francia comparado con el de sus colonias. El lado proconsular de la expedición de Gide (que iba en misión oficial, como una suerte de inspector independiente) se muestra en las visitas a los distintos gobernadores. Su romanidad se extrema en el interés por las vías de comunicación. Inmensas dosis de belleza alternan con informes burocráticos o datos estadísticos. La tentación administrativa que asedia a la alta cultura francesa es el precio que paga por ser un imperio organizado. Del lado de la belleza: árboles que caminan, torsos desnudos, dientes de caníbales, muslos dentro del agua, "lirismo de los remeros", y un apunte tras la lluvia: "Imposible describir la suavidad de esta profusión de plata". Gide es un enamorado de las mariposas, como Nabokov. Es lo único en lo que se aproxima a un especialista, pues, aparte de eso, muestra por todas las cosas a la vez un interés desmesurado y paralizante, propio de un poeta. Un día no puede dormir. Siente "un lamento inmenso" por las injusticias que padecen los indígenas: "Hemos asumido respecto a ellos unas responsabilidades a las que no tenemos el derecho de sustraernos". La suerte está echada. El resto ya no será sólo literatura.
VIAJE AL CONGO
André Gide
Traducción de Magda Latorre
Península. Barcelona, 2004
224 páginas. 19,50 euros
EL VIAJE DE URIEN
André Gide
Traducción de Carlos Manzano
Gadir. Madrid, 2004
121 páginas. 14 euros
El viaje de Urien tiene una di
mensión alegórica cuya clave va cambiando. Los elementos de la naturaleza se presentan con proporciones descomunales. Todo conduce a la ficción, empezando por la nomenclatura de los viajeros: Urien, Agloval, Odinel, Calibor
... Uno de ellos, Nathanaël, nos lleva a la prosa mayor de Gide. Todo viaje surge del agotamiento de la realidad cotidiana, que para Gide -ya hemos dicho que es otra época- representaba hartazgo de las teologías y de las sutilezas intelectuales. "Hemos dejado nuestros libros porque nos aburrían". La cabeza está "agotada de pensar en Dios". El viaje aporta contraste: sensualidad, playas, colores, temperaturas extremadas. Lingotes de hielo puro y mármol que quema las sandalias. Los viajeros padecen peripecias de cuento en su peregrinar por ciudades fabulosas. Contemplan un mundo oriental con ojos occidentales. Ven cómo los indígenas se bañan desnudos "en un agua triste y azul" y sienten vergüenza, "pues parecían muy hermosos y más felices que hombres". La felicidad, como casi siempre, es la clave. La expedición alcanza el polo, con un hermoso capítulo sobre los esquimales, y se cierra con varias sorpresas. Para ilustrar este viaje simbólico en el que se persigue "el reflejo del cielo", los editores han elegido El cielo de Salamanca, pintado por Fernando Gallego. Más allá de los cambios de idioma, una buena traducción significa una operación cultural completa.
En esta época simplicísima resulta gratificante acompañar los ricos itinerarios espirituales de un gran escritor. Gide lo es porque se sirve del mejor instrumento literario de la lengua francesa: una prosa cartesiana para desvelar honradamente (sin dogmas de ningún tipo) las contradicciones propias y ajenas.
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