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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Psicoanálisis de la Grecia antigua

Se puede suscribir -o no- el enfoque de los llamados "estudios de género" o dudar de que este modelo de análisis histórico y social esté en verdad orientado a esclarecer algo y no más bien dedicado a revolver una y otra vez viejos agravios entre hombres y mujeres, o de hombres contra mujeres, y viceversa. Y, por otro lado, se puede dar o no pábulo a las interpretaciones "genéricamente" determinadas, sobre todo si se las aplica a la sociedad y la cultura antiguas. En cualquier caso, el fundamento de la división entre masculino y femenino y, sobre todo, el mundo antiguo, son cuestiones que poseen un encanto y un interés especiales, cada una por sus propias razones. Al parecer, nadie está muy seguro de su propia "identidad de género" y ya se sabe que, cuando se habla o se escribe sobre la antigüedad, es muy difícil contener la imaginación. De hecho, aunque a menudo yo disfruto con los trabajos de los estudiosos clásicos, incluso de aquellos que sólo hacen filología, soy de los que piensan que el inmenso corpus de comentarios sobre el mundo antiguo, desde las fantasías de Schliemann o las del joven Nietzsche, más una buena parte del comentarismo filológico, teológico y filosófico aplicado a interpretarlo, y no digamos las extravagancias de la Grecia recreada por Heidegger para sus propios fines especulativos, todo eso en realidad forma parte de la literatura fantástica. No sólo porque en esta bibliografía se recurre, en el mejor de los casos, a una inevitable y fecunda "intertextualidad", sino además porque, en definitiva, la materia de la que tratan los textos antiguos es en gran medida imaginaria.

LAS EXPERIENCIAS DE TIRESIAS. (Lo masculino y lo femenino en el mundo griego)

Nicole Loraux

Traducción de C. Serna

y Jaume Pòrtulas

Acantilado. Barcelona, 2004

562 páginas. 30 euros

Digo esto para advertir al lector que he considerado este libro de Nicole Loraux con las reservas del caso, aun sabiendo que esta investigadora fallecida hace pocos años era, junto con otros conocidos y respetados representantes de la escuela francesa (Jean-Pierre Vernant, Marcel Détienne, Pierre Vidal-Naquet) una prestigiosa especialista formada en la antropología de la Grecia antigua de Louis Gernet. Y me gustaría trasmitir al lector esas reservas habida cuenta, además, de que la propia autora advierte desde el principio del libro que su propósito ha sido investigar sobre "el imaginario masculino griego" y que, por tanto, su trabajo puede verse como una suerte de psicoanálisis de la Grecia antigua.

Por supuesto que este libro

es mucho más que eso. Loraux se propone mostrar que en la proclamada diferencia entre hombres y mujeres en la Grecia clásica, los hombres se valen de los atributos reales o imaginarios de la feminidad para afirmar, o incluso para conocer más y mejor acerca de sus propias cualidades masculinas, lo cual vendría a probar, en segunda instancia, la tesis platónica de la complementariedad esencial, originaria, de los géneros. Es evidente que el emblema de esta tesis es la figura del propio Tiresias, un hombre que ha sido mujer y cuya ceguera, castigo por haber contemplado el cuerpo desnudo de Atenea, se levanta como indicio de la forclusión del cuerpo femenino por parte del "imaginario" masculino griego. Loraux muestra con abundantes referencias textuales cómo los atributos del áner, el varón griego, aparecen en la literatura, en los mitos, en las epopeyas, en la filosofía y en las obras de los grandes historiadores antiguos, estrechamente relacionados con cualidades o aptitudes femeninas desplazadas: la maternidad, la disciplina de la muerte bella, la experiencia y la entereza frente al dolor que las mujeres tienen por naturaleza en el parto, etcétera, y curiosamente, todas ellas imbricadas con el cuerpo femenino. En consecuencia, Loraux estudia la atracción ambigua que ejerce el cuerpo de Afrodita, el misterio de la belleza de Helena de Troya y, por último, el cuerpo inabordable de Atenea, que permanece desde su nacimiento siempre oculto debajo de sus aprestos bélicos.

No cabe a nosotros sino a los especialistas comprobar si las interpretaciones de Loraux, a menudo muy sesgadas y personales, son más o menos plausibles para una justa representación de una cultura tan lejana e idealizada como es la de Grecia. Sabido es que los griegos hacían un culto de su virilidad, muchas veces por contraste con lo femenino, pero no hay que olvidar que como ninguna otra cultura daban un papel central a las mujeres en la religión, en la literatura y en los mitos aunque es verdad que las mantenían apartadas de la política. La velada androginia que describe Loraux suena a desquite imaginario. Por lo que a mí toca, en el largo examen del Fedón que se hace en el capítulo VIII del libro, me llamó la atención que la autora, tan meticulosa en sus citas, omitiese comentar la frase con que Sócrates despacha a su mujer, Jantipa, cuyos llantos y declamaciones le impiden conversar serenamente con sus discípulos momentos antes de beber la cicuta. Dice Sócrates: "Critón, que alguien se la lleve a casa

..." (Platón 60a9), frase circunstancial pero tremenda, y que bien podría servir como lema de la consabida e inveterada misoginia de los filosofantes, la misma que hoy día se proponen exorcizar los llamados "estudios de género".

Copia de las Cariátidas del monte Acrópolis de Atenas en una puesta de sol.
Copia de las Cariátidas del monte Acrópolis de Atenas en una puesta de sol.AP

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