Cosmocaixa invita a vivir la aventura de la ciencia
El nuevo centro, 12 veces más grande que el anterior, ofrece entrada gratuita hasta enero
El equinoccio de otoño y un terremoto acompañan el nacimiento de Cosmocaixa, el nuevo, espectacular museo de la ciencia de la Fundación La Caixa en Barcelona que hoy inaugura el Rey. El director del museo, Jorge Wagensberg, se apresuró ayer a recalcar que ni el equinoccio ni el temblor de tierra los han organizado ellos.
El equinoccio de otoño y un terremoto acompañan el nacimiento de Cosmocaixa, el nuevo, espectacular museo de la ciencia de la Fundación La Caixa en Barcelona que hoy inaugura el Rey. El director del museo, Jorge Wagensberg, se apresuró ayer a recalcar que ni el equinoccio ni el temblor de tierra los han organizado ellos, pero a la vista de las colosales dimensiones del nuevo centro, en el mismo emplazamiento pero 12 veces mayor que el anterior, y de las maravillas que alberga, muy bien pudiera haber sido así. Cosmocaixa ofrece un cúmulo de instalaciones que permiten experimentar con la ciencia y tiene como objetivo primordial estmular el diálogo ameno de la gente con ésta.
En Cosmocaixa, el visitante puede pasear sobre las copas de los árboles de una selva amazónica, caminar entre dinosaurios, mirar cara a cara a sus antepasados homínidos, asomarse a las estrellas, escudriñar el cubil de una anaconda, observar cómo le atraviesan los rayos cósmicos o hacer cantar a las piedras, entre otros prodigios. Incluso se puede conjurar un fantasma (por métodos científicos, por supuesto). El museo ofrecerá el sábado una gran fiesta de apertura, con espectáculos, a partir de las 21.00 horas. El domingo será una jornada de puertas abiertas de 12.00 a 21.00 horas. Ambas actividades son gratuitas, como lo será el acceso a Cosmocaixa hasta el 9 de enero. Está en estudio qué tarifa se impone a partir de entonces, aunque se ha hablado de un precio simbólico.
Cualquier idea que uno se haya forjado sobre el nuevo centro palidece ante las dimensiones y la oferta de éste. Son 50.000 metros cuadrados, que incluyen el edificio modernista de la antigua sede, las nuevas instalaciones (un edificio de nueve plantas, siete de ellas subterráneas -y paradójicamente luminosas-, horadado por una ciclópea rampa helicoidal en medio de la cual se alza un árbol gigantesco- y un gran espacio público de 6.000 metros cuadrados, de acceso libre, que ofrece diversas actividades científicas (plaza de la Ciencia). También incluye el centro un nuevo planetario digital de última generación, en 3D, con capacidad para 136 espectadores.En el interior del edificio de nueva planta (que incluye un auditorio, aulas, talleres y una estupenda tienda), en un enorme espacio que corta la respiración bautizado como la Sala de la Materia, se encuentra la exposición permanente del museo, que se estructura como un gran recorrido por la historia de la materia -incluida la materia inteligente, o sea, nosotros- desde el Big Bang hasta la nueva ingeniería de los materiales.
Módulos con experimentos científicos, "fenómenos" y objetos reales muy diversos -desde nidos de aves hasta herramientas paleolíticas y tablillas cuneiformes, pasando por un cerebro humano auténtico- marcan el itinerario. En un punto, un recipiente con arena cobra vida como agitado por pequeñas tormentas; en otro, ruedan infinidad de cojinetes; en otro más, es posible experimentar con las ondas sobre una larga espiral. Especialmente impresionantes son las reproducciones hiperrealistas de homínidos. Para la del neanderthal que representa la aparición del yo mientras asiste a un moribundo de su misma especie, la expresión del rostro se ha inspirado en la de un soldado de Vietnam.
El asombro que todo ello provoca no está exento de juego y diversión. Hay humor en la imagen de la australopiteco Lucy -ejecutando la que quizá fuera la primera broma de la humanidad: caminar sobre las huellas de un compañero- o en el módulo que para ejemplificar la inteligencia adaptativa exhibe boñigas de vaca, auténticas, sobre una alfombra persa. El rótulo que reza "la sosteniblidad en bolas", en cambio, parece obedecer sólo a un uso desafortunado del lenguaje.
Junto a la exposición permamente, el espacio para las temporales lo ocupa (hasta octubre de 2005) un fenomenal conjunto de dinosaurios: los seis esqueletos de iguanodontes que ha prestado el museo de ciencias naturales de Bruselas. Sólo por verlos -son los mejor preservados del mundo-, en una exhibición que muestra las diferentes teorías sobre estas bestias y se acompaña de una inquietante ambientación a lo Parque Jurásico, merece la pena la visita.
En otro sector figura el Muro Geológico, siete grandes cortes de roca para hacer visible el estrato geológico. Y en otro, el impresionante Bosque Inundado, reconstrucción de 1.000 metros cuadrados de selva amazónica con 52 especies de animales vivos y 80 de árboles y plantas. Capibaras (un roedor gigante, con sabor a conejo), caimanes, hormigas cortadoras y pirañas figuran en el ecosistema recreado, que puede observarse desde distintas perspectivas, a cual más fantástica.
Wagensberg mostró ayer las nuevas instalaciones (que incluyen, muy ampliadas, secciones populares del museo, como el Toca Toca o el Clik de los Niños, ahora reforzado con el Flash, para los de 7 a 9 años) con un entusiasmo contagioso, aunque a él le llevara a acariciar una boa constrictor y a considerar dignas de besuqueo a las capibaras.
"El día ha llegado", manifestó exultante el director. "Tras muchos años de museología científica, tenemos este museo largamente soñado, trabajado y pensado, cocinado a fuego lento".
Wagensberg calificó la del museo de "museología total, que ha roto las barreras de los museos de la ciencia". Recalcó que en Cosmocaixa hay "realidad concentrada, objetos verdaderos que acaban con las maquetas y simulaciones", desde un valiosísimo astrolabio hasta los restos fósiles del driopiteco Jordi, un mono de hace 12 millones de años, y destacó el papel de la belleza para entender las cosas. El director definió el nuevo museo, en el que tienen cabida todas las disciplinas científicas, como "una herramienta de cambio social a favor del conocimiento y el método científicos".
Sorprendió Wagensberg al tomar en su mano lo que parecía una simple piedra y explicar que el objeto acababa de llegar al museo y en realidad perteneció a un Homo habilis europeo que vivió hace un millón de años en lo que hoy es Georgia. El homínido la eligió y la empleó como percutor, como herramienta. "Era diestro, la talló y la usó", se extasió el director del museo. "Yo quiero transmitir al visitante la emoción que siento en este momento, al sostenerla en mi mano. La tendencia llevaría a poner esta piedra en una vitrina, pero nosotros vamos a estudiar la manera de que el visitante pueda manipularla". No obstante, "hemos de pensar cómo hacer para que la coja pero sin que se la pueda llevar", reflexionó.
El nuevo museo, que toma el relevo del creado hace 23 años, pionero en España y que ha crecido "por no poder asumir la demanda", se cuantifica en cifras tan colosales como él mismo: ha costado 100 millones de euros y ha requerido retirar 175.000 metros cúbicos de tierra (17.000 camiones). Debería tener en su segundo año, pasado el síndrome de novedad del nuevo equipamiento, según explicó Wagensberg, unos 800.000 visitantes.
Ricard Fornesa, presidente de La Caixa, señaló ayer que pese a la reticencia de la entidad a multiplicar sus equipamientos, la radical ampliación del Museo de la Ciencia une a su indiscutible utilidad para la sociedad el ofrecer una gran "visibilidad" de la obra social de La Caixa. Añadió que el cambio de nombre por el de Cosmocaixa obedece a que se identifique bien el museo con la entidad. "Para que se vea que no es un museo público, sino de La Caixa", recalcó.
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