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Crónica:NUESTRA ÉPOCA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Blair, en Italia

Timothy Garton Ash

Hay que venir a Roma para comprender lo que se ha perdido. En esta ciudad de ruinas grandiosas contemplo las ruinas del blairismo.

Como los antiguos romanos, muchos italianos de centro-izquierda tenían un sueño. No era un sueño de gloria imperial, sino de una izquierda que se regeneraba, conciliaba el dinamismo del libre mercado con el imperativo moral de la justicia social, rompía la agobiante rigidez de un mercado de trabajo dominado por los sindicatos y aunaba lo mejor de la libertad y la igualdad, y -cosa igualmente importante- de Europa y América. Este sueño se alzaba sobre las cenizas de otro, el del socialismo utópico, en el que durante tanto tiempo habían creído muchos miembros de la izquierda italiana, que tardaron demasiado en darse cuenta de que en la mitad de Europa gobernada por los soviéticos, el viejo sueño se había convertido en pesadilla. Al nuevo sueño lo llamaron blairismo. Su Meca, su Moscú, su nueva Roma, era Londres.

Los discípulos italianos del blairismo se han encontrado con el espectáculo del profeta Blair reunido con su príncipe de las tinieblas, Silvio Berlusconi
Esta semana, lo que yo llamo el proyecto de "Europa como lo que no es EE UU" recibió un espaldarazo público con la foto de Chirac, Schröder y Zapatero juntos
Desde Churchill no había un dirigente británico que tuviera tanto magnetismo al otro lado del Canal, tal como hizo constar la concesión del Premio Carlomagno

Ahora, tras la decisión de Blair de aliarse con George W. Bush en la invasión de Irak, el sueño italiano del blairismo ha muerto, se ha destruido, yace con Nínive y Tiro. Y no sólo el sueño italiano, porque ésta era una visión que compartían muchos en toda Europa. Hoy es difícil recordar con qué entusiasmo hablaban los europeos continentales, hace pocos años, de la tercera vía de Blair como un camino hacia delante para Europa tras el final de la gran lucha ideológica entre el comunismo y el capitalismo. Desde Churchill no había un dirigente británico que tuviera tanto magnetismo al otro lado del Canal, tal como hizo constar la concesión del galardón político más prestigioso de Europa, el Premio Carlomagno. Ahora, después de Irak, todo eso se acabó.

Ahora, en cambio, los discípulos italianos del blairismo se han encontrado con el espectáculo del profeta Blair reunido con su príncipe de las tinieblas, Silvio Berlusconi, para unas vacaciones en la lujosa villa que este último posee en Cerdeña. Para añadir un toque tragicómico, el dirigente italiano resultó lesionado en un choque accidental con la bota del líder británico mientras jugaban un partido amistoso de fútbol con equipos de cinco. Después, al parecer, mientras se sujetaba la pierna izquierda lesionada, Berlusconi dijo: "Ya se sabe que la izquierda siempre está causándome problemas". De verdad, ésta fue la gota que colmó el vaso.

El líder caído

El año pasado, Blair todavía resultó escogido como político occidental del año en un sondeo realizado entre creadores de opinión por una dinámica publicación de centro-izquierda, Il Riformista. Pero Antonio Polito, el ingenioso y mordaz director del periódico, dice -quizá exagera- que él fue el primer blairista en Italia y ahora es el último que queda. Otros escritores de centro-izquierda aseguran que Blair ya no es un nombre que convenga mencionar cuando intentan convencer a sus lectores de alguna cosa. Más bien, todo lo contrario. Muy a su pesar, les inspira lo mismo que el líder caído del poema de Robert Browning: "Nunca más una mañana alegre y confiada".

Por supuesto, se puede alegar que un dirigente político no es responsable de todas las esperanzas depositadas en él, igual que Brad Pitt o Madonna no son responsables de los sueños de sus admiradores. Y me da la impresión de que Tony Blair, aunque evidentemente disfrutaba con los elogios continentales al blairismo, nunca entendió del todo qué es lo que veían los europeos en él y su proyecto. Es más, todavía parece creer que al Reino Unido le va muy bien en Europa. ¡No hay más que pensar en todos esos aliados de la Unión Europea ampliada que nos han ayudado a derrotar al candidato francés para la presidencia de la Comisión Europea!

Sin embargo, es precisamente ahí, en el peligroso retroceso a las alianzas rivales dentro de la Unión Europea -una en torno a Francia, la otra en torno al Reino Unido-, donde vemos el duro precio que estamos pagando todos por el derrumbe transcontinental del blairismo como consecuencia de la guerra de Irak. El programa nacional de una socialdemocracia modernizada, que es lo que más atrajo al principio al centro-izquierda italiano, sigue encima de la mesa. Quizá sería más exacto llamarlo brownismo, por su principal autor, Gordon Brown, pero por algún motivo no suena igual de bien. (¿Será simplemente porque la ele y la erre de blairismo tienen un sonido más agradable? ¿O porque el brownismo se asocia con un color político desafortunado [brown = marrón]?).

Las más perjudicadas son las prioridades internacionales. Una de las principales expertas italianas en política exterior, Marta Dassù, afirma que, en los años ochenta y noventa, la izquierda y la derecha italianas tenían un amplio consenso en materia de política internacional. Las dos partes estaban de acuerdo en la necesidad de comprometerse por completo con el proyecto europeo y mantener una estrecha alianza con Estados Unidos. Todo el mundo quería ambas cosas. Pero el consenso se ha roto. Ahora, Italia, como muchos otros países europeos, está dividida entre dos alternativas enfrentadas: una derecha no sólo proestadounidense, sino también pro-Bush, y que se inclina a ser euroescéptica -representada por Berlusconi-, y una izquierda con tendencia a ver el proyecto europeo -como Chirac- como un rival del proyecto estadounidense. Especialmente en su versión neoconservadora. Aunque la izquierda italiana no está unida en casi nada, salvo en su odio a Berlusconi, esa tendencia saldrá reforzada si todos se agrupan en torno a Romano Prodi como candidato a primer ministro. Prodi ha dicho, en privado, que Chirac es su amigo político más cercano entre los líderes europeos, y, por el contrario, con Blair mantiene una relación conflictiva.

En Italia, estas tendencias coinciden con la derecha y la izquierda, pero en el resto de Europa la situación es más compleja. Esta semana, lo que yo llamo el proyecto de "Europa como lo que no es Estados Unidos" recibió un gran espaldarazo público con las manos simbólicamente entrelazadas del gaullista francés Jacques Chirac, el socialdemócrata alemán Gerhard Schröder y el socialista español José Luis Rodríguez Zapatero. Como señaló inmediatamente EL PAÍS, el equivalente español de The Guardian o La Repubblica, la imagen era el reflejo exacto, a la inversa, del simbólico apretón de manos entre el ex primer ministro español José María Aznar, George W. Bush y Tony Blair en las Azores, en vísperas de la guerra de Irak. El mes pasado, Chirac y Schröder tuvieron un gesto semejante con el presidente Putin de Rusia. Mientras tanto, en el otro bando tenemos a Berlusconi, Bush, el presidente ex comunista de Polonia, Aleksander Kwasniewski, y, claro está, Tony Blair.

Es como si la bandera europea se desgarrase entre las barras y estrellas, por un lado, y la enseña arco iris, que aquí, en Italia, se ve por todas partes y que proclama PACE, es decir, paz en la tierra y buenos deseos para todo el mundo excepto Bush (y, para muchos de los que la ondean, Estados Unidos en general). Entre los dos extremos, cada vez más perdida, está la postura euroatlántica que constituye la esencia internacional del blairismo.

La cita de Pontignano

Este fin de semana, importantes políticos, periodistas, empresarios, activistas y profesores británicos e italianos se reúnen, como todos los años, en el monasterio de Pontignano, cerca de Siena. La cita de Pontignano suele ser una de las más agradables y productivas entre las reuniones bilaterales que el Reino Unido (más europeo de lo que él mismo cree) celebra anualmente con otros países europeos, entre ellos Alemania, Francia, España y Polonia. Este año, los expertos reunidos tienen que estudiar con urgencia la forma de restaurar esa vía intermedia del atlantismo europeo y el europeísmo atlantista, incluso en el caso de que -como parece cada vez más probable- el próximo presidente de EE UU siga llamándose Bush.

Porque, aunque su epónimo parezca haberla abandonado de momento -a juicio de la mayoría de los europeos, aunque estoy seguro de que él no lo cree así-, esta vía intermedia sigue siendo, si adaptamos la famosa frase de Churchill sobre la democracia, el peor camino posible hacia delante, aparte de todos los demás que se han intentado en un momento u otro.

Por consiguiente, lanzaré el mismo grito que cuando muere un rey: el blairismo ha muerto. Viva el blairismo.

Traducción de M. L. Rodríguez Tapia.

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