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Columna
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Reiniciar

La mayor de las grandes aportaciones de la informática no se encuentra en el hardware ni en el software, sino en una idea feliz de sus entrañas. Cualquier tecnología se corresponde con una ideología y la naturaleza de toda invención introduce en nuestra naturaleza su ración pedagógica. La imprenta nos hizo pensar en una comunicación masiva y simultánea para aprender nuevos modos de expresión. La televisión nos procuró la oportunidad de observar realidades distintas y con ello relativizar nuestras creencias, nuestros modos de comer, amar o pensar. A partir de cada técnica nos reconstituímos y, finalmente, los aparatos son tanto un producto del ser humano como el ser humano una creación de los aparatos, cuya misión suprema consiste, precisamente, en seducirno. No ya en ser objetos útiles sino sujetos, no únicamente en ser como herramientas sino como amantes. Y especialmente aquellos que, como el ordenador, se han introducido en nuestras vidas con profundidad orgánica.

Relacionarse con un ordenador parece a primera vista algo similar al hilván que establecemos con la tele, pero pronto, un paso más, y descubrimos que el apego es mucho más íntimo y su acción más influyente. Un factor propio del ordenador, hasta ahora desconocido, tanto por la especie tecnológica como por la humana, es la solución "reiniciar". Los aparatos funcionaban y dejaban de funcionar hasta que se les reparaba o se les golpeaba. Nunca, sin intervención exterior, se recomponían. El ordenador, por el contrario, recupera su plenitud volviendo a comenzar. No hay ninguna explicación cabal para este extraordinario prodigio pero ahora vivimos normalmente con el conocimiento práctico de que para superar una adversidad basta con empezar de nuevo.

La historia personal de cada cual nos había aleccionado precisamente de lo contrario. La experiencia de nuestro pasado nos enseña siempre nuestros límites: las cosas fueron así y no hay modo de intervenir sobre su recorrido. Pero reiniciar es otra cosa: reiniciar nos hace creer en un pretérito abierto en lugar de saldado, en una existencia flexible en vez de dura, en un presente elástico, de ida y vuelta y, sobre todo, en un destino sin final, siempre al rescate.

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