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VIOLENCIA EN IRAK
Columna
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Kerry contra Cheney

El candidato demócrata a la presidencia norteamericana, John Kerry, lo ha expresado con una precisión que no siempre es su marca de fábrica: "Bush y Cheney dirán lo que sea para ser reelegidos y seguir en el poder".

Lo que sea, sobre todo el vicepresidente, porque al presidente es verosímil que le escriban declaraciones relativamente conciliadoras, para cubrir el mayor espectro de votantes posible. Su presunto lugarteniente, en cambio, es el que proclama con crudeza perfecta el sentir de una América que se suele llamar profunda por lo insondable; contraria a cualquier forma, aún mitigada, de aborto; patriótica hasta la indiferencia por la soberanía ajena; invariablemente partidaria de invocar al Señor en toda ocasión y, con ello, de la plegaria en la escuela; protestante evangélica, blanca, anglosajona, renacida; y que hace de todos los terrorismos un totum revolutum de medicación sólo externa; es decir, por vía militar.

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Es la América de Marte, ante la que el relativismo europeo se siente, a la fuerza, hijo de Venus. Frente a esa demostración de fe, difícilmente puede Kerry ser competitivo, armado como está sólo de matices; de mucho gris entre el negro y el blanco; a la búsqueda de una línea equidistante entre la condena y el aplauso a la guerra de Irak; formulando una crítica del Bush persona, del Bush estilo, mucho más que del Bush sustancia -que es Dick Cheney- por temor a que se le perciba, entonces, como insuficientemente nacional. Y, con ello, es posible que nunca se llegue a saber, como lamenta Norman Birnbaum, qué habría pasado si Kerry hubiera tratado de refutar al vicepresidente con la misma geometría radical con la que éste se muestra irrefutable.

Esa América a la que Cheney representa con la ira desatada de un guiñol vengativo es la que ha establecido un cierto número de verdades reveladas: 1. Es irrelevante que Sadam Husein tuviera o no armas de destrucción masiva, puesto que bastaba para justificar la invasión que la Casa Blanca así lo creyera. 2. Los que combaten la ocupación norteamericana no son más que unos pocos miles de terroristas extranjeros, nostálgicos del régimen derrocado de Sadam, y bandoleros desempleados en busca de botín. 3. Los sucesivos gobiernos iraquíes instalados, financiados y amparados por el ocupante están balizando, pacientemente, el camino a una democracia de tipo occidental. 4. La estabilización democrática de Irak producirá algún tipo de contagio de paz en el marco del conflicto palestino-israelí. 5. El combate que libra Estados Unidos es el episodio central de la lucha planetaria contra el terrorismo islamista. 6. Todos los terrorismos son el mismo terrorismo y se combaten con la violencia que sea necesaria. Y 7. El Gobierno español ha abandonado la lucha contra el terrorismo internacional, reconociendo la victoria de Al Qaeda, con la retirada de sus tropas del país árabe.

Ante este compacto frente de certezas, que son como las lentejas, si te gustan las tomas y si no las dejas, Kerry parece un candidato sin causa ni programa. Todo en el aspirante demócrata le deja a medio camino de lo que podría ser, pero, quizá, no está dispuesto a parecer. Diríase que prefiere ser el doble que en el cine se utilizaría en las escenas de riesgo, al modelo original, sin duda el presidente Kennedy; el liberal que se corre al centro porque tiene miedo de que le reconozcan y verse, así, privado, del acceso a un segmento importante del electorado; es el cosmopolita -habla francés como un nativo- que tiene que esforzarse en difuminar que es hijo de un privilegio antiguo de generaciones, y al que, hoy, las campañas televisadas podrían hacer un daño devastador.

¿Será posible, pese a todo, que la opinión norteamericana prefiera a un personaje como Cheney, cuya única alegría costumbrista es excusar la homosexualidad porque tiene una hija lesbiana? ¿Es posible que a una mayoría de ciudadanos le tenga sin cuidado que la compañía Haliburton, de la que ha sido reciente directivo, esté recibiendo suculentos contratos de una guerra que el vicepresidente tanto ha querido? ¿Es incapaz de comprender esa mayoría que, al margen de las cifras que arroje el enfrentamiento militar, Washington no puede ya ganar la guerra política de Irak?

Ver a Bush y Cheney entregados a difundir su mensaje electoral, agresivo pero bienhumorado el primero, inquietante y atronador el segundo, hace pensar que el verdadero cometido del presidente sea garantizar que su compañero de ticket gane también las elecciones de noviembre.

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