Desde mi ventana veo caer las palmeras
Son las 23.30 y espero el bostezo del orfidal tumbado en la cama absorbido por la trama acumulativa de la segunda parte de La piedra lunar. Los portazos histéricos de los vecinos de abajo me alejan del diamante desaparecido y me hacen tramar la elaboración de cientos de octavillas que les arrojaría por el hueco del patio interior con: "Prou sorolls", "Volem dormir" o "Respecteu el repós dels veïns".
Vuelvo a introducirme en la novela. Mi atención vuelve a ser interrumpida, esta vez por un ruido sordo, un fsssplaf! Lejano pero no demasiado, un ruido parecido (se me viene instantáneamente a la memoria) al que produjo el cuerpo del chaval colgado que se lanzó hace años desde la terraza de casa a la plaza aprovechando que las puertas estaban abiertas.
"Nene, ¿has oído eso?" me comenta mi amigo Alejandro desde la cocina. El archivo mental ha funcionado rápido y exclamo: ¡Ha sido la palmera! Corremos a la ventana y allí está la palmera enredada con las mesas entre gritos, carreras, sillas volcadas, policías y guardias que apartan a la gente. Hay algún herido en el suelo rodeado de jóvenes y guardias. Sirenas, coches, bomberos. Corro a por mi Olimpus. No me da la luz pero pruebo a ver si sale algo. Aún están en el carrete que pretendía revelar mañana las fotos que he tomado hoy al mediodía de la palmera desde las arcadas. Tenía fotos tomadas desde arriba en las que se observaba la inquietante inclinación, acentuada día a día por la sobrecarga de ramas y dátiles. Estaba exuberante como todas las demás en esta época, pero ésta tenía la carga total y peligrosamente descompensada.
Como en julio cayó la copa de una alta palmera vecina cuya precariedad había sido inútilmente denunciada por unas amigas con ventana cercana, yo había redactado un escrito a Parques y Jardines para que tomaran alguna medida urgente. Por ejemplo, en primer lugar, una drástica poda. Quería añadir a la carta las fotos tomadas por la mañana.
La víctima que ha sufrido el golpe y está en el hospital con fractura de pierna (le pusieron un collarín) pedirá una indemnización. Yo pediría alguna dimisión por negligencia, por hacer oídos sordos a las quejas de los vecinos y por falta de previsión e inspección en el arbolado de un espacio tan frecuentado como la plaza Reial. La caída de la palmera en las cercanas y multitudinarias fiestas de la Mercè hubiera podido tener consecuencias catastróficas.
Que soy un ferviente amante de este magnífico espacio de Barcelona lo demuestra el que resida aquí desde hace 30 años; le haya dedicado un libro, Plaza Real Safari, en el que analizo exhaustivamente todos sus rincones; posea la única y más completa colección de fotografías, postales, artículos y documentos variados desde antes de su construcción, y celebrara en la Primavera Fotográfica una exposición monográfica en la galería Castellví bajo el título Desde mi ventana veo crecer las palmeras.
Veintisiete palmeras canarias y 10 washingtonias forman este oasis. Desde su plantación en 1883, sólo la que está en el rincón del bar Glacial resiste como una reliquia. Se puede apreciar claramente las palmeras que han ido cayendo estos últimos años al observar su sustitución por ejemplares mezquinos, enclenques y baratos. Las podas, últimamente, son impecables, pero el estudio del estado de las más delicadas deja mucho que desear. Señora Mayol, espero no tener que titular mi próxima exposición de fotografías Desde mi ventana veo caer las palmeras.
Nazario es artista y vive en la plaza Reial.
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