De la perfecta hipocresía
La autocrítica del gobernante es un bien tan escaso en nuestra democracia que no se suele tomar en serio. Se desestima por extravagante o, peor, se interpreta como debilidad del político para, si es posible, crucificarlo. Tal vez por eso, el PP no ha reconocido todavía el más mínimo error en el 11-M, o en haber castigado a Andalucía durante ocho interminables años.
El alcalde de Sevilla ha dicho que fue un error el procedimiento por el que se produjo el desalojo de chabolistas en Los Bermejales; que no se volverá a aplicar ese modelo y que las prisas de las máquinas por construir no deben llevarse por delante ciertos principios. Él mismo creó la comisión para aclarar lo sucedido, que en esencia está bien claro: se llegó a un acuerdo con 43 chabolistas para que despejaran un terreno, donde hay que levantar 1.440 viviendas de clase media, mediante el pago del equivalente a siete millones de antiguas pesetas y con la condición "moral" (¿) de que no se fueran al Polígono Sur, que aquello ya está muy saturado. Condición que muchas de esas personas no han cumplido, quizás porque con ese dineral no encontraron otro sitio más idílico, o porque allí están más cerca de los suyos. (Un poco podía haber ayudado ya la Consejería de Obras Públicas, poniendo otro poco de orden en el mercado negro de esas viviendas, que son de su exclusiva competencia; véase el enjundioso informe que publicó este periódico el domingo pasado). Quitando eso, no se entiende dónde radica el motivo de tanto escándalo. Aquí nadie se ha quedado con dinero, ni ha traficado bajo cuerda con recalificaciones de esas que derraman manjares colaterales.
A todos nos gustaría que estos problemas se resolvieran con iniciativas sociales: reeducación, empleo, más una vivienda para los afectados, a ser posible en la misma zona. Magnífico. Es lo que debe hacerse. Lo malo es que esas soluciones son lentas, amén de muy costosas, también, para el erario público, y suelen producir un rechazo del copón en los vecinos próximos. Ahí está El Vacie, desde los años cincuenta, esperando una de esas soluciones estupendas.
No seamos hipócritas. El problema es que no nos gusta. No nos gusta la obscenidad de ver todo ese dinero metido en una bolsa de plástico, exhibido delante de las cámaras. No nos gusta que los pobres vivan a nuestro lado, restregándonos los detritus del sistema. Que algunos de ellos, sintiéndose en posesión repentina del ídolo del capitalismo, se vayan de veraneo. Qué desfachatez. No nos gusta, en suma, verle la cara a la realidad. Pero la realidad siempre acaba dando la cara.
Cuando la oposición se las prometía felices -aquí liquidamos el contubernio "socialcomunista"- resulta que lo ocurrido en Los Bermejales, o tres cuartos de lo mismo, ya ocurrió en Los Perdigones, otro asentamiento chabolista que se erradicó por el mismo procedimiento, en 2001, solo que con un poco menos de dinero, seis millones, y la conformidad de todos. La única diferencia real es que entonces urbanismo lo llevaba el PA, ahora en la oposición. Hasta el mediador es el mismo, sólo que entonces trabajaba a las órdenes del partido de la señora Vivancos, ahora desmelenada entre aspavientos de escándalo. Vivir para ver.
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