_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Carácter

Todos, tarde o temprano, pregonan el fin de las ideologías, primero de las ajenas y luego, sin demasiados escrúpulos, de la propia. Pero nadie habla de la muerte de la retórica, y por eso las cosas cambian tan poco. La palabrería con que se suele envolver la realidad tiene un poder extraordinario, pero a ese poder podemos oponerle el ejercicio de la crítica racional. Pues bien, uno de los recursos retóricos más recurrentes y menos sostenibles que conozco es la apelación al carácter de una nación, un pueblo o una comunidad como explicación de lo que los individuos correspondientes hacen. Es un invento romántico que por definición no se puede verificar. Pero ahí está.

No hace mucho, cuando en Granada arreciaba el proceso sumarísimo al edificio de Álvaro Siza levantado en Puerta Real, un periodista le preguntó al concejal de Urbanismo por qué en Granada no puede haber arquitectura moderna (o contemporánea). Me pareció que en la pregunta había un cierto tinte irónico, pero el caso es que el citado concejal contestó: "Porque no va con nuestro carácter". Nadie sabe mejor que un juez que la justicia es lenta y que a veces se equivoca. Y nadie sabe mejor que un concejal de Urbanismo que lo que singulariza y determina el desarrollo urbano de una ciudad no tiene nada que ver con el carácter de nadie y sí con un conjunto de tensiones e intereses que la política tendría que resolver en el sentido del interés general. ¿Qué mal hay en reconocer esto, por qué ocultarlo tras el fantasma del carácter local? ¿Y por qué cada vez que algo de la cultura urbana y artística moderna asoma en Granada hay focos de la ciudad que inmediatamente se activan para fomentar ordalías, pero callan por sistema ante la metástasis de desmanes y adefesios que sí que da carácter al desarrollo urbano de esta -y cualquier otra- ciudad? ¿O es que reconocen algo suyo en esos desmanes?

La semana pasada murió don Francisco Murillo, un intelectual y profesor granadino con el que aprendí mucho. Una mañana de 1962 un alumno le preguntó algo relacionado con la cuestión de las nacionalidades en España, y don Francisco empezó su respuesta diciendo que era complicado hablar de la unidad de España aquí, con los Reyes Católicos de cuerpo presente. Estaba nombrando el fantasma del carácter, o al menos su primera apariencia física conocida, que coincidía, naturalmente, con la del poder.

Y en 1934 un jurista alemán, Gustav Radbruch, hizo una defensa de la democracia a partir del relativismo y empezaba diciendo que en tiempos de valores absolutos afirmados en términos de verdades eternas -Alemania 1934, España 1962-, proclamarse relativista, lejos de ser una cobardía, requiere una especial fuerza de carácter. El valor intelectual cívico de don Francisco Murillo, discípulo de Enrique Gómez Arboleya, estaba unido al vigor del espíritu crítico -que resultaba en él algo muy natural, como un sentido común especialmente refinado- y a la educada invitación a los fantasmas para que se retiren a sus criptas y despejen el terreno de la historia, o al menos procuren enmendar algo su carácter. ¿O todavía no?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_