El otro mundo ya está aquí
La ventaja de la metamorfosis es que no te deja morir. Gracias a esta martingala biológica es imposible oponer una fase a otra o la vida a su negación y, de esa manera, ninguna etapa podrá ser descalificada por la siguiente. Este pensamiento han debido escoger los promotores de la Bienal de Arquitectura de Venecia 2004, titulada Metamorfosis, para no sulfurar a los profesionales más cabales, rigurosos y veteranos. Por supuesto que no lo han conseguido.
La amplísima y locuaz jauría de proyectos hechos, deshechos y no realizados que se han mostrado estos días en las colosales naves del Arsenal ha venido a ser como la aparición de una nueva especie arquitectónica; el resultado de una metamorfosis anidada más o menos silenciosamente al calor del ordenador, la música, los materiales sintéticos, el reblandecimiento de los valores, la hibridación cultural, la economía intangible, el imperio de la feminidad, los media, el capitalismo de ficción.
La demanda social pasa de concentrarse en las cosas para atender a los efectos especiales
Algo importante se ha desplomado en este momento de metamorfosis profesional
La mayoría del medio centenar de arquitectos españoles que han asistido a esta Bienal invitados tras la selección de sus obras por el comisario del pabellón nacional Gerardo Ayala, entraban y salían de la exposición internacional haciéndose cruces. Algo demasiado importante se ha desplomado en este momento de la metamorfosis profesional y según lo visto en los antiguos arsenales venecianos, ha explotado el orden, la disciplina o la función.
La Metamorfosis 2004 conduce a un universo de edificios que, como en el universo de la política, de la economía o de la sexualidad, se afirma en la inestabilidad. Pero ¿una construcción inestable? ¿No será frivolizar demasiado? El movimiento deconstructivo (Eisenman, Gehry, Libeskind) de hace una década ya había adelantado esta contradicción. Se construía con la inspiración de la destrucción y los edificios torturados, rehundidos o astillados, abiertos en canal (desde el Museo Judío de Libeskind hasta el Drugstore de los Campos Elíseos de Michele Saee), aspiraron a dar testimonio de un mundo violento, terrorista y en derribo.
Eisenman, que ha sido siempre el más intelectual del grupo amigo y colaborador de Jacques Derrida, hilvanaba discursos apocalípticos de izquierdas anárquicas y de okupas en la onda de Almodóvar. A mí me dijo una vez en su estudio: "No construyo edificios, construyo ideas".
Los nuevos deconstructores y demás rebeldes no han cavilado, sin embargo, tanto. Más bien al revés. Lo que irrita hoy a los arquitectos adultos (mayores de 33 años) es que la profesión, siempre cargada de peso ideológico, se haya aligerado al extremo de hacer las cosas no por algo sino porque sí. No para facilitar la vida de los habitantes sino para impactarlos, no para difundir la razón sino las sensaciones, no para ahorrar costes sino para multiplicar la emoción.
Pero la parte que corresponde a la sensibilidad femenina en el fenómeno no es tampoco desdeñable. De hecho, la iraní Zaha Hadid ha sido una de las maestras fundadoras de las nuevas tendencias y si no construyó casi nada hasta hace cinco o seis años, ahora no da abasto para atender a las solicitudes. Sus proyectos fueron los propios de un finísimo acuarelista, desvaídos, espirituales, resbaladizos o voladores. Totalmente insostenibles, dijeron sus detractores, pero hoy construye incluso obras gigantes, apoyadas en pilares suplementarios, como la Ópera de Guangzhou.
Hay también otros maestros de esta Metamorfosis que aunque malvivieron durante algún tiempo, como Enric Miralles en España o Frank Gehry, llegaron pronto a celebrar sus ideas de transformación. Miralles fue tenido por un genio en la profesión hasta su muerte prematura y de Gehry no hace falta hablar. En suma, ahora lo que se lleva no es ya la línea recta, el peso y el soporte, la estructura y la envoltura, el equilibrio y lo real. Porque lo real / real hace tiempo que está desacreditado y, como se ve en los documentales o en los reality shows, se ha convertido en espectáculo de representación. Es lo mismo que ocurre ahora en la arquitectura y que la Bienal refleja.
A fuerza de abocarse nuestro tiempo a la pantalla, la realidad virtual se ha abocado sobre nuestras vidas. Las comunidades virtuales en la Red prestándose información, compañía y emociones han metamorfoseado los contenidos de la experiencia actual. Y lo mismo pasa en el diseño y la arquitectura. El computer program CAD y sus variantes han transformado la moda, los coches y los muebles como el Catia a la manera de proyectar. Los edificios parecen a veces una partida de entregas orgánicas pero no son propiamente orgánicos sino informáticos, aunque en los primeros ensayos de Arata Isozaki (palacio San Jordi) o los recientes de Foster (el falo londinense, el "testículo de cristal" municipal), Paul Andreu ("intestino" hundido de la pasarela en Charles de Gaulle) o Renzo Piano (abdomen para el Parque de la Música en Roma) se definan así.
Frank O. Gehry dedicó varios años a complacerse con la morfología del pez. Esculpió peces grandes, chicos y hasta gigantes como el que preside el Hotel des Arts en Barcelona, y de esa experiencia obtuvo la pieza alabeada que finalmente, con ayuda de pladures y ordenadores, propiciaron tanto al Guggenhein de Bilbao como el Walt Disney Concert Hall de Los Ángeles, entre otros.
La música: si de la arquitectura se ha dicho tantas veces que es música coagulada, he aquí la arquitectura hecha música fluida. Sólo con el ordenador pero sin la música pop no se explicaría la metamorfosis contemporánea. Hay fachadas que mediante prótesis de plástico (Greg Lynn Form, en Amsterdam) evocan unas supuestas escalas rítmicas, y no por casualidad, en la Bienale, se ha dedicado una sección exclusiva a los auditorios. La música en cuanto factor inmaterial está siempre presente en Toyo Ito, en las sutilezas de Kazugo Sejima, premiada ahora con un León de Oro por su proyecto de ampliación del Ivam, o en las últimas creaciones de los suizos Herzog y Meuron, grandes iconos junto a Rem Koolhaas de la arquitectura presente. ¿Presente? Los tres se han sentido tan pioneros del contenido de Venecia que no se han dejado exponer, en parte por proteger sus divinas exposiciones monográficas, y, en parte, porque en sus investigaciones la Bienal 2004 sería, para ellos, un deja vu.
Ahora, no obstante, ya lo han visto todos. En el Arsenal concentradamente y en las revistas gradualmente y cada vez más. La arquitectura, que podría considerarse el ejercicio más fortificado contra la blandura de la idea, la flexibilidad de las formas, la ondulación del pensamiento o el vacío del sentido, ha ingresado en la candente actualidad. A los arquitectos mejor formados en las buenas escuelas españolas, impregnados de ideología y respeto disciplinar, les saca de quicio esta zarabanda de formas, recursos paradójicos (Dominique Perrault, el autor de la Gran Biblioteca francesa, ha proyectado el Thalaso Hotel en Tenerife envuelto enteramente por una red) y efectismos sin fin. Pero así se está comportando el mundo.
La demanda social en Occidente pasa de concentrarse en las cosas para atender a los efectos especiales. Lo importante no es una vida demasiado firme sino múltiple, no un entorno ordenado sino sensacional. Poco a poco el mundo se transforma, y esta vez de verdad, en un teatro del mundo y nosotros, mas ávidos de sorpresas que de productos grasos, vamos metamorfoseándonos, doblemente, en espectadores de ficción.
Babelia
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