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Columna
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Plaga

Después de la Segunda Guerra Mundial, el explorador británico Wilfred Thesiger, llevó a cabo una expedición científica por el llamado territorio vacío, una de las zonas desérticas más vastas del mundo situada en el remoto sur de Arabia. Entonces la arena todavía estaba intacta porque aún no había empezado la avidez del petróleo y el objetivo de la campaña era llegar a los criaderos que las langostas tienen en el desierto, para acabar con uno de los azotes más aniquiladores del continente africano desde las plagas de Egipto. Los enjambres están formados por más de 80 millones de langostas por kilómetro cuadrado, que se reproducen varias veces al año. Cada una pone como mínimo un centenar de huevos de una vez. Suelen avanzar sobre el horizonte de un modo ondulante como nubes muy espesas y llegan a recorrer 130 kilómetros al día, devorándolo todo a su paso. Basta que se posen durante unos segundos en las ramas de un árbol para que éste quede reducido a su puro esqueleto.

Lo que descubrió Thesiger con la ayuda de dos eminentes entomólogos es que la temida langosta era en realidad un saltamontes que en ciertas condiciones se vuelve extremadamente agresivo, gregario y voraz. Cuando a una estación húmeda sucede una sequía, el hábitat se reduce mucho. Justo en ese momento es cuando se opera la gran transformación y el apacible saltamontes solitario se convierte entonces en una terrible langosta del desierto. Según los últimos estudios, cuando la langosta se integra en un enjambre, experimenta una excitación de las pilosidades que tiene detrás de las patas y este hecho biológico la convierte en una especie tan aniquiladora como la cólera de Yavé.

Ahora el sol se ha vuelto a nublar con un grillerío ensordecedor que cubre todo el Sahel africano desde Mauritania hasta Sudán, donde una cumbre de 12 países afectados ha declarado el estado de guerra como si se enfrentaran al ejército anunciado por el profeta Joel. En esa oscuridad hasta el césped de los estadios es devorado. Los campos de sorgo y de mijo se desnudan hasta sus raíces. Ante esta plaga bíblica, el gran asunto de hoy todavía consiste en dilucidar qué alcanza la cima de la destrucción, la ferocidad de la langosta o la barbarie humana.

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