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Columna
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Clorindo Testa

La arquitectura latinoamericana ha sido vista desde España con curiosidad, pero con interés cambiante. Después de la explosión internacional de la arquitectura brasileña, después del prestigio del funcionalismo internacional del Cono Sur y de los manierismos de México con maestros tan exageradamente consensuados como Luis Barragán, ha habido un periodo de silencio crítico que coincide con un silencio de producción y con la invasión yanqui financiera y cultural. Ahora Helio Piñón hace una revisión de algunos funcionalistas para recoger el último testimonio del Movimiento Moderno sin contaminaciones posmodernas, en la honestidad interpretativa y expresiva de la función, la construcción y la lógica compositiva. Su libro sobre Mario Roberto Álvarez parece preconizar un revival de la austeridad.

"Frente a tantos iconos reconocibles, no estaría mal tener en Barcelona una obra pintoresca de Clorindo Testa"

Pero están apareciendo algunos fenómenos interesantes que no pertenecen al internacionalismo de consumo pero que tampoco corresponden a los exabruptos europeos y norteamericanos que se presentan como conspicuos renovadores del catálogo. No caen en la tentación formal del Victoria and Albert de Libeskin, del Cloud de Alsop para Liverpool o los alardes de Koolhaas y Foster en Pekín, que marcan el fin de la ola icónica y que están ya al borde de la involución. Se sienten más fieles a la ética de las vanguardias, menos depredadores del valor compositivo de la función y de la construcción y, sobre todo, más adictos a la compacidad y la legibilidad de la ciudad. Pero inventan cambios radicales dentro de esta fidelidad.

Uno de los maestros de esa línea no es precisamente un joven recién llegado, sino un argentino nacido en Nápoles en 1923. Clorindo Testa es, seguramente, el arquitecto más interesante de América Latina y, además, uno de sus mejores pintores que, si hubiese tenido mayores resonancias publicitarias, podía haber sido el punto de apoyo de una renovación arquitectónica sin involución y sin compromiso consumista. Manuel Cuadra acaba de publicar en Rotterdam un libro sobre su obra, editado por la perspicaz cazadora de valores consolidados Kristin Feireiss. Conozco diversos textos sobre Testa, pero pocos libros. Si fuese norteamericano, holandés o francés ya se habrían publicado tantos libros como se han publicado sobre Gehry, Meier, Koolhaas, Nouvel, Piano. Conoceríamos la realidad de la arquitectura latinoamericana que estaría así activa en los debates de la crisis. Por esto es importante subrayar la oportunidad del esfuerzo antológico de Cuadra.

Las dos obras importantes que descubrieron a Testa fueron el Banco de Londres y América del Sur (1959-1966) y la Biblioteca Nacional (1962-1995), ambas en Buenos Aires. Sería fácil explicarlas como dos obras del movimiento brutalista europeo porque presentan recursos estilísticos que lo acreditan. Pero la diferencia está en que, anticipándose a buena parte de las obras inglesas de referencia, se estructuran según unos gestos compositivos más libres e incluso más pictóricos. Aceptando el doble sentido del término, podríamos referirnos a una arquitectura más pintoresca, un adjetivo que seguramente no gustará a Clorindo, pero que se puede defender no sólo por la alusión a lo pictórico, sino por el protagonismo de las anécdotas conducidas con una gran sensibilidad y controladas por una inteligencia radical.

Un ejemplo de este protagonismo es el Centro Cultural de la Recoleta en Buenos Aires (1979-1993), una adaptación y ampliación de edificios antiguos en la que los elementos nuevos recogen los ecos morfológicos de la ruina y la adaptación, rehuyendo cualquier referencia a un modelo para dejarse llevar por el entusiasmo pintoresco del arreglo, hasta el extremo de que la última fase, el Centro de Diseño, es una interesante extrapolación de los elementos surgidos en la rehabilitación de lo antiguo hacia la justificación de lo pintoresco.

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En las décadas de 1980 y 1990, Testa construye algunas casas unifamiliares que explican una transformación profunda: las casas de playa Capotesta (Pinamar) y La Tumbona (Ostende), la casa Ghirardo (Martínez) y la casa R (Exaltación de la Cruz). Son cuatro viviendas radicales que resumen las intenciones compositivas y los métodos proyectuales de Testa en la fragmentación y la sorpresa a partir de lecturas comprensibles, lejos de los trucos escenográficos ¿aunque no pintorescos? de la arquitectura internacional más chillona.

Sus últimas obras de mayor envergadura son el Auditorio de la Paz (Buenos Aires) y la Galería de Arte Altera (Pinamar), dos obras de una madurez definitiva y, al mismo tiempo, de un atrevimiento insólito y de una independencia agresiva respecto a los gestos de la modernidad estelar. La pobreza material, la amable ingenuidad de las estructuras, la ausencia de microdiseño, la evocación de la ruina, la visión salvaje del color, nos sitúan ya muy lejos.

A Testa le habían encargado una importante intervención en la Fira de Barcelona que, al final, no llegó a concretarse. Frente a tantos iconos reconocibles, no estaría mal tener en Barcelona una obra pintoresca de Clorindo Testa. Aunque fuese para demostrar a Piñón que la arquitectura latinoamericana no se acabó con la ortodoxia de Mario Roberto Álvarez.

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