Cuna de Juan de Arellano, prisión de Éboli y de Cisneros
Ya los iberos fundaron junto a Santorcaz uno de sus campamentos más importantes del centro de la península, sobre uno de los hitos de la arriscada secuencia de promontorios -suavizados por ondulados vallejos- allí fortificados durante siglos.
En la Edad Media, en el siglo XII, la Orden del Temple construyó un bastión que hoy lleva el nombre de Castillo de Torremocha, de siete torres en verdad desmochadas, cuya propiedad pasaría en el siglo XV a la diócesis de Toledo. Su arzobispo Carrillo lo destinó a prisión de clérigos y nobles.
Su mazmorra hospedó a fray Gonzalo Ximénez de Cisneros, nacido en Torrelaguna en 1436, encarcelado por una disputa originada en Roma. Cisneros descollaría años después como valido de los Reyes Católicos, creador de la Universidad alcalaína e impulsor de la Biblia Políglota. Sus celdas albergaron también a visitantes de fuste, como el rey francés Francisco I, artífice de un pacto con el Turco considerado felón a la Cristiandad por Carlos V, captor suyo en la batalla de Pavía, en 1525.
En aquel siglo residió forzosamente en Santorcaz la Princesa de Éboli, acusada de conjurar en la muerte de Juan Escobedo, secretario de Juan de Austria, el hermano bastardo de Felipe II, otrora amigo íntimo éste de la princesa tuerta.
En Santorcaz nació Juan de Arellano (1615-1676), quizás el mejor bodegonista español de todos los tiempos: sus guirnaldas y flores refulgen aún hoy en el Museo del Prado. Sus únicos cuadros de trasunto no profano, sino religioso, como una Adoración de los pastores y una Anunciación de María, son patrimonio de la parroquia de San Torcuato, de tres naves y cabecera triabsidial mudéjar. Torcuato, patricio oriundo de Guadix, según la leyenda, fue quien llevó la advocación virginal de Orcalez a Santorcaz, donde la etimología señala demasiadas resonancias entre santoral y toponimia.
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