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Las lecciones de Nayaf

Son varias las conclusiones políticas que se pueden extraer de la batalla militar que se acaba de desarrollar en Nayaf durante casi un mes. Por un lado, la evidencia de la progresiva precariedad que experimentan, tanto las fuerzas de ocupación estadounidenses como el Gobierno iraquí que han impuesto para controlar el país. Y, por otro, la manifiesta consolidación del liderazgo nacionalista del joven Muqtada al-Sadr, así como la influencia determinante de los grandes ayatolas chiíes de Oriente Medio.

La brutalidad que ha caracterizado a la ofensiva estadounidense, apoyada por el primer ministro iraquí, Ayad Allawi, muestra su firme determinación de pasar un mensaje "ejemplar" para tratar de contener que la rebelión se siga extendiendo por todo el país (sin que importe, claro está, cuántos sean los muertos civiles, ni el número de desposeídos, ni el urbanicidio de una ciudad venerada por todos los musulmanes, chiíes en particular). Ambos actores son muy conscientes de que están día a día perdiendo el control de las ciudades iraquíes. Esto es evidente en el conocido como triángulo suní, extendiéndose progresivamente al sur chií de la mano del joven líder Muqtada al-Sadr.

Unido a esto, Ayad Allawi está totalmente desacreditado a los ojos de la mayoría de los iraquíes, quienes, haciendo uso de su proverbial sentido del humor, le llaman "el Sadam Husein sin bigote". Y es que, además de haber sido un fiel agente de la CIA, es un hombre que rompió con el régimen baazista, pero no con su cultura política despótica. De ahí que la ley de excepción que ha impuesto poco tenga que envidiar a la existente bajo Husein. Es más, la ofensiva contra Nayaf ha tenido lugar en un momento en que, tras la charada del "traspaso de soberanía", se organizaba el segundo acto para elegir a una proto-Asamblea transitoria al margen de cualquier consideración democrática. Proceso que tampoco ha tenido nada que envidiar a las fórmulas políticas sadamistas, si bien se presenta como la alternativa democrática y libertadora al régimen de Sadam Husein que justifica una guerra de ocupación.

Toda esta precaria situación convenció a los hombres de Washington y a sus aliados en Bagdad de que era necesario hacer una muestra de "músculo" radical. Si no los aceptan, entonces que los teman... igual que hacía Sadam Husein. Y, de paso, EE UU intenta como sea contener la rebelión nacional iraquí, al menos hasta las elecciones de noviembre. Esta estrategia de maximizar el sufrimiento para lograr la rendición es, además de desesperada, muy contraproducente, pero se basa en un pensamiento muy afín a los neoconservadores y a Allawi, decididos a imponer militarmente su dominación, dado que dejar espacio a la diplomacia y a la política significa a la postre, para unos, acabar con la ocupación, y para el otro, perder democráticamente el Gobierno.

Pero de esta sangrienta campaña militar el que ha salido reforzado como líder histórico anticolonial es Muqtada al-Sadr, quien no sólo ha trascendido la divisoria entre chiíes y suníes, sino que es incluso visto por muchos como el más capaz de unificar el país contra la ocupación. Quizás se debería reflexionar sobre el porqué de los calificativos de "fanático", "radical" y "extremista" que siempre le acompañan en la información occidental. Cabría pensar que bien pueden ser epítetos adjudicados por la lógica propagandística de las fuerzas ocupantes y sus aliados, ya que oposición y rebeldía contra ellos se convierten automáticamente en "fanatismo" y "extremismo", mientras ellos se autoproclaman moderados y civilizados.

Sin embargo, Ayad Allawi es ya hoy día percibido como el representante de un nuevo "sadamismo" sin Sadam. Además, la memoria histórica tiene una enorme importancia, y el sangriento sitio de Nayaf ha revivido dos experiencias de gran valor simbólico para los iraquíes: los estadounidenses y Allawi han utilizado los mismos métodos brutalizadores que Sadam Husein en 1991 para aplastar la rebelión chií; y, al igual que ahora, en 1920 los británicos tuvieron que afrontar, con los mismos métodos coloniales, la revolución general iraquí, iniciada por el liderazgo chií, en contra de la dominación inglesa a través de la imposición de un Gobierno títere en Bagdad.

Por otro lado, la situación de Nayaf ha desbordado las fronteras iraquíes y ha movilizado a las personalidades más prestigiosas e influyentes del mundo chií. Las fatwas emitidas por dos de los cinco grandes ayatolas chiíes, ambos originarios de Nayaf: Muhammed Husein Fadallah (residente en Beirut), defendiendo la resistencia para expulsar a los norteamericanos por todos los medios, y Qadim al-Haeri (residente en Qom), afirmando que ningún iraquí, suní o chií, puede luchar contra otro musulmán en nombre del régimen de Allawi, muestran que se está alimentando un proceso intensivo y global de sentimiento nacionalista y antiamericano en toda esta región. Unido a ello, estos grandes ayatolas han dicho lo que muchos querrían que hubiese dicho Alí al-Sistani, quien, sin embargo, pertenece a una línea de comportamiento menos comprometida y explícita en la acción política. Pero ello podría llevarle a sintonizar cada vez menos con la radicalización nacionalista engendrada por la cada vez más expeditiva imposición de la ocupación y del totalitarismo gubernamental de Bagdad. Sin duda, Al-Sistani sigue gozando de una gran legitimidad y por eso sólo él podía lograr transformar el seguro martirologio de los seguidores de Al-Sadr en una tregua digna para ellos. Pero la cuestión está en por cuánto tiempo se podrán conseguir esas treguas, que finalmente se muestran muy efímeras, hasta que vuelva a resurgir una nueva rebelión más combativa contra esta ocupación que inflama a todo Oriente Medio.

Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

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