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Columna
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Los indigentes de las planicies y nosotros

Soledad Gallego-Díaz

El calendario político español tiene este otoño una cita extraña: las elecciones norteamericanas. Si gana George W. Bush es de prever una cierta reaparición de José María Aznar y la recuperación por parte del PP de algunos temas que ha mantenido enterrados. Y en el PSOE, una victoria republicana obligaría también a retocar el discurso y a reconstruir unas relaciones que de momento son bastante incómodas.

Por encima de todo, habrá que empezar a tomar nota de algunas cosas. Por ejemplo, que si Bush gana las elecciones, lo que no es nada improbable, no será gracias al voto de los norteamericanos ricos. De los que ganan más de 100.000 dólares al año, un 50% vota demócrata. Donde Bush puede seguir arrasando es entre los más pobres de la planicie central. Fue en algunos pueblos deprimidos de Estados Unidos donde ya logró en 2000 un 80% de apoyo.

"Bush, el héroe de la clase trabajadora", ironiza Thomas Frank, el director de la revista satírica The Baffler y autor de What's the matter with America? Frank se contesta a sí mismo: lo que va mal es que cada vez hay más gente equivocada sobre sus propios intereses y mucha más propaganda. El informe elaborado por Global Insight (www.globalinsight.com) por encargo de los alcaldes de ciudades con más de 30.000 habitantes, le da la razón: en Estados Unidos se está creando empleo, pero los puestos de trabajo están siendo reemplazados por otros con salarios un 15% más bajos. Y por primera vez ocurre algo aún más grave: de los nuevos empleos, un 14,5% menos lleva aparejado un seguro médico.

Los norteamericanos que ganan más de 300.000 dólares al año, los que sí se han beneficiado de las reducciones de impuestos, "deberían alzar sus copas a la salud de los indigentes de las Altas Planicies", afirma Frank. ¿Como es posible que le vuelvan a dar la victoria? La culpa, asegura, la tiene el Partido Demócrata, porque, conducido por Clinton y Gore, olvidó a esos trabajadores y dirigió todo su aparato electoral hacia el voto de los profesionales. El resultado fue que el entorno de Bush creó una red de propaganda capaz de atraer a esos trabajadores hacia un lenguaje de la extrema derecha.

Ése es el sueño de personajes como Karl Rove y de los grandes fundamentalistas que rodean a Bush. Además se muestran convencidos de que no tienen nada que temer de los medios de comunicación independientes, porque, según Rove, están también cada vez más cerca de ese sector profesional, del que proceden los propios periodistas, y más lejos de los sectores populares, en los que no ejercen casi influencia.

No es extraño que la campaña Bush-Kerry esté provocando entre los progresistas europeos una angustia como hacía mucho tiempo que no causaban las noticias de Estados Unidos. Se están poniendo en marcha, y quizás experimentando, nuevos mecanismos políticos. Es posible que la Administración Bush sea la más mentirosa desde la época de Nixon; es posible que esté dando paso a una etapa de rapiña corporativa; es posible que cuatro años más destruyan la línea de tratados que formó la política exterior norteamericana y europea desde mediados del XX. Todo eso es posible. Y si sucede finalmente, tendrá una gran influencia en nuestra vida.

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Global Insight cree que el 92% de la variación que experimenta el voto de un partido en el poder se puede calcular con cuatro factores: capacidad de compra (cada punto de crecimiento añade 1,22% puntos al voto de su candidato); índice de paro (a partir del 5,5% de desempleo empieza a contar contra el Gobierno en plaza); tiempo en el poder (cada mandato extra del mismo partido cuenta como dos puntos porcentuales de desventaja); y medios con que cuenta cada partido (el republicano parte con 1,5% puntos a su favor). Hoy, la ecuación permitiría una victoria cómoda de Bush. Salvo que, como advertía Jean Anouilh, la propaganda, manejada durante demasiado tiempo, se empiece a mover como una serpiente y termine por morder a quien lleva la cesta. solg@elpais.es

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