_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Forasteros republicanos en territorio demócrata

El alma mestiza de Nueva York, como la Sevilla de los califas, ha sido modelada por su geografía: a diferencia de Londres, París o Madrid tiene salida al mar. A mediados del siglo XIX, esta ciudad portuaria, bulliciosa y turbulenta, era una amalgama de altas finanzas y empresas alimentadas con oleadas de energía inmigrante. Hacia finales del siglo XX, Nueva York se había convertido en la capital internacional del arte, las finanzas y el comercio. La pega es que, a pesar de esta espléndida posición, la ciudad de Nueva York, hasta el 11-S, era considerada en muchas partes del país como una porquería de sitio. (Paradójicamente, la llamada "ciudad del pecado" poblada por "forasteros", solía ser número uno en la lista de las ciudades más seguras del país). A diferencia de Madrid, París y Londres, la ciudad más poderosa de Estados Unidos no ha gozado de mucha aceptación en su propio país. Washington, una ciudad influida por una tradición rural sureña, tiene el poder político, y el Congreso y el Senado republicanos han castigado horrorosamente a la capital cultural.

Más información
Los republicanos aclaman en Nueva York el liderazgo antiterrorista de Bush

Esta enrevesada situación, en la que el centro cultural y financiero del país ha perdido con frecuencia su poder social a causa de una legislación despiadada (en los años setenta la ciudad se vio abocada a la bancarrota) que ha hecho caso omiso de las necesidades de las escuelas, de los programas de salud y de la cultura, es una de las causas del inmenso rencor de los neoyorquinos hacia los visitantes republicanos (los demócratas superan aquí a los republicanos en una proporción de 5 a 1). De hecho, cuando salí a la calle, en el primer día de la Convención, se palpaba el mal humor en el ambiente; la mayoría de las personas que conozco que podían permitírselo se habían ido de la ciudad. (A lo largo del fin de semana me encontré en la curiosa situación de ser la única nadadora en mi por lo general atestado gimnasio). Sucesos extraños: cuando mi nieta de 17 años fue con unos amigos a hacer campaña para votar a favor de Kerry se vieron acosados por anarquistas, que están en contra de todos los partidos políticos (nadie puede explicar esta inesperada plétora de anarquistas).

Nueva York ha tenido siempre republicanos de Wall Street, pero Nixon, Eisenhower (después presidente de la Universidad de Columbia), Kissinger y Rockefeller vivían en la ciudad; para decirlo sin rodeos, no seguían la agenda de fundamentalistas chalados; condujeron sus campañas basándose en los temas fiscales en los que creían. Lo que saca de quicio a los neoyorquinos es la cínica retórica patriótica de Bush y su utilización ilegítima del 11-S y Manhattan -un lugar que no ha visitado casi nunca- como oportunidad personal para salir en la foto.

Bush sabe perfectamente bien que aquí se le desprecia, pero eso no importa, porque Nueva York, de todas formas, es una causa perdida para los republicanos. No somos más que uno de sus decorados de escena. La noche de la inauguración comenzó deliberadamente con oradores moderados como John McCain y Rudy Giuliani, dejando de lado a los fundamentalistas y conservadores radicales cuya agenda ha seguido Bush, lo que no dejaba de ser una pantomima obvia y vergonzosa.

El discurso de Rudy Giuliani fue clásico de Giuliani; por lo menos él estuvo de verdad en las Torres Gemelas y habla una especie de jerga de Manhattan. Me pareció que el discurso de John McCain, un repudio absoluto de su anterior desdén hacia Bush, a pesar de su aparente suavidad, fue cobarde. El verdadero problema es nuestro arcaico sistema electoral; mientras el voto popular no determine el resultado de las elecciones, Estados tan poblados como Nueva York y California seguirán estando infrarrepresentados. El sistema no cambiará mientras los republicanos dominen el Congreso y el Senado.

Barbara Probst Solomon es periodista y escritora estadounidense. Traducción de News Clips

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_