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Tinto de verano
Columna
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La E de Evelio

Elvira Lindo

Cómo que no me cabree. Son las ocho de la mañana, Evelio, es inhumano, Evelio, mi santo ya se ha arrepentido de venderle la casa, por doscientas mil cochinas pesetas de señal que nos ha dejado usted, Evelio, se cree en el derecho de llenarme el chalé de operarios, que esto parece la Casa del Ecuador. Eso mismo le digo a Evelio, que se mueve entre sus operarios ecuatorianos vestido de Julián Muñoz, dejando un rastro de olor compuesto por aliento de café con leche, colonia y tabaco. Vomitivo. Evelio me toma del brazo: quiere enseñarme algo. Yo me cruzo la bata con la mano porque percibo que Evelio, aun habiendo ascendido vertiginosamente en la escala social, aún conserva ciertos tics, como el de hablarte mirándote fijamente las lolas. Ése es mi Evelio. El Evelio de ahora, el Evelio del pelotazo, lleva una pulsera de oro con su nombre grabado: Evelio; y al cuello otra cadena de la que cuelga una letra, la E de Evelio. Evelio, el rey de la autoestima, Evelio, el que nos dio una señal y nos dijo, quédense cuanto quieran, no tengo prisa; y nosotros le dijimos, nos vamos el día treinta, Evelio. Y Evelio dijo, sólo entraré para ir tomando medidas; y nosotros, lo que usted quiera, Evelio. Y abrimos una botella de Muga para brindar por ello. Y Evelio dijo, lo que siento es no haberles cerrado la zanja en estos tres años, pero es que la cosa se lía, se lía...Y mi santo dijo, ya un poquito toña, ¿qué son tres años en la vida de un hombre? Y Evelio dijo, filosófico: ¿y qué es la vida de un hombre comparada con la vida de toda la humanidad desde el principio de los tiempos? Y se hizo un silencio sideral, y los tres nos quedamos perdidos en ese espacio de tiempo que iba desde Lucy, la australopitecus encontrada en Etiopía, hasta nuestros días, hasta esas dos botellas de Muga que nos dejaron una castaña mental importante. Pero Evelio es invencible y mientras nosotros, a la mañana siguiente, estábamos bastante perjudicados, Evelio se movía por nuestra casa tan pancho, vigilaba a su cuadrilla ecuatoriana, me miraba las lolas, se metía en el pecho el décimo Marlboro y me señalaba a uno de sus operarios que estaba en el tejado. ¿Qué hace ese tío ahí?, le digo, ¿lo tendrá usted asegurado?; y Evelio dice ¿pero usted se cree que yo en vez de una empresa tengo una ONG? El ecuatoriano intentaba colocar una letra en el tejado. Por un momento pensé que era la E de Evelio. No, era la C de Caprabo. El hombre saludó desde arriba, igual que Armstrong lo hiciera desde la Luna cuando colocó la bandera norteamericana. Todos aplaudieron. Y yo, como no tengo personalidad, también. Luego Evelio me enseñó otra sorpresa: la zanja, al fin, estaba tapada. Hay que joderse, pensé. Y para rematar, Evelio me dice: van a traer, si no les importa, los congeladores esta mañana. Pero Evelio..., le digo. "Es que hay que enchufarlos esta noche porque los congelados me los sirven mañana", dijo Evelio soltándome el humo hacia mis pechos, "eso a ustedes, a efectos de ver la tele esta noche, sólo les va a proporcionar un poquillo de ruido, que eso casi se agradece aquí en mitad del campo". Y me quedé pensando cómo comunicarle a mi santo que la última noche en España la íbamos a pasar en un Caprabo.

ENRIQUE FLORES

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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