_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pujol y el mestizaje

Jordi Pujol sigue activo en su misión de mantener bien vivo el canon nacionalista conservador, aunque sea a costa de introducir un poco más de confusión en el ya de por sí enmarañado panorama intelectual pospujolista. Ahora el canon pujolista nos alerta del riesgo del mestizaje. Ahora, en consecuencia, una parte importante del pensamiento nacionalista cierra filas alrededor del antiguo líder y sus apocalípticos lazos entre el mestizaje y el "final de Cataluña".

Es bastante sorprendente que Jordi Pujol alerte ahora de los problemas que puede comportar el mestizaje. Las proclamas pujolistas no pueden esconder la realidad. Desde un punto de vista cultural somos un país esencialmente mestizo. La sociedad catalana actual se ha forjado sobre un buen número de mestizajes e hibridaciones. Así ha sido durante todo el siglo XX y, de una manera bien singular, a lo largo de los últimos 25 años. Paradojas o ironías de la historia, como se quiera ver. La Cataluña actual es culturalmente mestiza y paradójicamente las políticas pujolistas no han hecho (afortunadamente) gran cosa para evitarlo.

Bajo la advertencia en contra del mestizaje reaparece el tradicional discurso basado en el miedo a los otros

Los músicos catalanes iberistas de principios de siglo crearon en permanente mestizaje con las tradiciones musicales ibéricas, los artistas del Dau al Set acogieron todo lo que pudieron de las corrientes internacionales, la Nova Cançó fue una versión mestiza de la canción francesa coetánea, el flamenco catalán es una magnífica hibridación catalana de una tradición cultural andaluza, la música pop en catalán es la expresión del mestizaje entre los anhelos creativos de muchos jóvenes catalanes y la tradición musical anglosajona. Sin olvidar el papel de las generaciones de valencianos que llegaron durante la década de 1920. O los andaluces, gallegos, extremeños o murcianos llegados en los años cincuenta y sesenta.

La música que con el apellido mestiza se produce hoy en muchos núcleos urbanos de Cataluña es el resultado de la fusión social entre jóvenes familiarizados con culturas tan diferentes como las producidas en Cataluña, en el resto de España, en diferentes países africanos o latinoamericanos. Los talleres de los artistas visuales de procedencias muy diversas que se extienden por el conjunto de Cataluña sintetizan corrientes artísticas de todo el mundo produciendo hibridaciones extremas. Los jóvenes catalanes que se forman en las escuelas catalanas de cine ven y se inspiran en el cine que se hace en Madrid, en Hollywood y, dentro de poco, seguramente, en el que se hace en Calcuta. Los ciudadanos que ven televisión participan de una permanente hibridación cultural.

Así pues, no parece que el aviso de Jordi Pujol se formule sobre ninguna realidad demasiado novedosa. La sociedad catalana de hoy es mestiza. La cultura catalana es mestiza. No se percibe en el horizonte político catalán ningún ideario político significativo que defienda el mestizaje como objetivo político y cultural per se. No parece que exista ninguna sociedad que pueda escaparse de los procesos planetarios de mestizaje cultural incluso político y económico. La vida cultural hoy en día es transcultural y mestiza, aquí y en prácticamente todos los rincones del planeta. ¿Se puede no ser mestizo en el siglo de la globalización o la altermundialización? Obviamente, no hay nadie en Cataluña que defienda la implementación de un mestizaje cultural que suponga la erradicación de la cultura propia y de las herencias culturales y sociales (en general de procedencia mestiza).

Las cosas son así y las declaraciones solemnes difícilmente las cambiarán. Puede que inquieten a algunos de los nuevos catalanes o que agraden a los catalanes bienpensantes. Puede que provoquen debates estériles. Puede que confundan a algunos jóvenes. Puede que den algún rédito partidista. Puede que quien las hace siga disfrutando de esta extraña potestad de marcar el terreno de juego, siempre con líneas difusas, a menudo con tono ramplón y casi siempre con cuestiones que más que unir dividen políticamente a los catalanes.

En cualquier caso, quien propone este tipo de debates, además de tirar la piedra, tiene que enseñar la mano. ¿Qué se propone en oposición al mestizaje? ¿Una sociedad mosaico? ¿Una sociedad asimilacionista? En cualquier caso, quien promueve este debate debe saber que estas alertas planteadas frívolamente suelen dar alas a la xenofobia.

Algunos hemos repetido muchas veces que la única proclama cultural positiva es aquella que no va en contra de nada, sino a favor de la convivencia y el sentido de ciudadanía. Clamar contra el mestizaje es socialmente negativo y contrario a la propia realidad cultural. En definitiva, lo que era y sigue siendo necesario es luchar a favor de una identidad cultural catalana más fuerte, apoyando las tradiciones propias, perdiendo el miedo a las incorporaciones, asumiendo sus contradicciones y diversidades. Dicho de otro modo, lo que se necesita es reclamar el fortalecimiento del sistema nacional de producción cultural -que, todo sea dicho, tanto desatendió el pujolismo-. O lo que es lo mismo: hacer posible de una vez que los ciudadanos de Cataluña puedan producir cultura en buenas condiciones, que los ciudadanos de Cataluña puedan disfrutar de la cultura producida aquí, que los ciudadanos de Cataluña tengan estímulos para producir y disfrutar de buena cultura en catalán, que los ciudadanos de Cataluña disfruten de un conjunto de derechos y de deberes culturales que les permitan a todos ser ciudadanos plenos desde un punto de vista cultural, económico y político.

Las sociedades actuales no se forjan desde los esencialismos culturales, ni desde las políticas culturales asimilacionistas o integracionistas. Todo eso suena a debates que ocupaban a los políticos e intelectuales hace 100 años. No insistamos. No repitamos planteamientos ya experimentados bastante negativamente por las sociedades humanas a lo largo del siglo XX.

Las sociedades actuales se constituyen desde conceptos positivos como, por ejemplo, el de ciudadanía. De lo que se trata es de saber cómo fortalecemos nuestro ordenamiento político y social en beneficio de una sociedad más libre, más culta, más abierta, más justa y más democrática. Una sociedad que fortalezca el concepto de ciudadanía será, en todos los casos, culturalmente más sólida y más catalana. La cultura sólo florece si hay libertad. La cultura catalana mantendrá y renovará su propia tradición, como ha hecho siempre y seguirá haciendo, en la misma medida que entendamos que la identidad social y política de un país con futuro tiene que saber gestionar la identidad y la diversidad cultural como las dos caras de una misma moneda. La una no puede vivir sin la otra.

La reaparición de Jordi Pujol ha servido, pues, para poner un asunto antiguo sobre la mesa. Lo más significativo es lo que el mensaje destila y sus discípulos repiten. Bajo la advertencia en contra del mestizaje reaparece el tradicional discurso basado en el miedo a los otros. Y el miedo convierte a les sociedades en culturalmente pobres y políticamente conservadoras. Puede que, bien visto, de eso trataba todo.

Ferran Mascarell i Canaldaes concejal presidente de la Comisión de Cultura, Educación y Bienestar Social del Ayuntamiento de Barcelona.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_