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Columna
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Ory

Mi admirado Ramón Irigoyen le retrató hace tiempo maravillosamente: "Tiene el calor de un carro de estiércol/ y más vida que un tren de lagartijas". Tiene 81 años y se llama Carlos Edmundo de Ory. Es el poeta español vivo menos muerto de su generación (y me temo que también de la mía). Me volvió loco en Cádiz hace casi veinte años. Por desgracia, recobré la cordura.

Ahora me reencuentro con su alegría postista (perfectamente zen), con su genio poético y con su lucidez alucinada gracias a los prosaicos buenos oficios del Servicio de Publicaciones de la Diputación de Cádiz, que acaba de publicar en tres tomos los diarios de Ory. No es normal: lo normal (incluso en el País Vasco, tan anormal y excepcional en todo) es que las instituciones funcionen como editoriales catastróficas, editando en formato de lujo textos de autores completamente prescindibles, cuando no lexicones fascistas o memorias más dignas de olvido que de encuadernación. Luego los almacenes, los rincones oscuros de los sótanos municipales o de las bibliotecas públicas, igual que cementerios de papel cuché, rematan la labor. Por fortuna, no es éste el caso de los diarios de Ory, recibidos con alborozo cierto por ese "pequeño pueblo en armas contra la soledad" del que habló el suicidado (no diré malogrado) Javier Egea.

Los de Ory son, sin ninguna duda, los diarios más importantes escritos por un poeta en español durante el siglo XX. Desde los años sordos y pardos del primer franquismo (los diarios arrancan en 1944 y concluyen en el año 2000) el autor gaditano nos informa de su vida interior y exterior y nos regala un colosal retrato en movimiento, nunca una foto fija de sí mismo. El poeta se dice de frente y de perfil, se presenta desde todos los ángulos y hasta posa desnudo y sin rubor para mostrarnos, igual que Jaime Gil, "un corazón desnudo de cintura para abajo". Hay algo en Ory de conde Saint Germain, algo de Dorian Gray afortunado que ha entregado su alma a la poesía o, mejor dicho, que ha vaciado su alma en el poema, que es como si dijéramos el matraz donde el poeta oficia sus misterios luminosos. Porque este gaditano, admirado por poetas como Allen Ginsberg, es de una claridad que deslumbra sin necesidad de recurrir al romo realismo.

Quien se adentre en sus diarios, en su feliz día a día, comprobará su incompatibilidad con cualquier clase de nacionalismo. Nadie más alejado del andaluz profesional que este gaditano que instaló su cabaña en Amiens. "Ignoramos el nacionalismo idólatra. Amamos todos los países. Todos somos extranjeros. Las lenguas, los tipos étnicos, nada cambia en nuestra condición humana de exiliados del mundo: la patria está en otra parte... Allá donde las fronteras están abolidas; allá donde se ha establecido la civilización común; allá donde han sido alcanzados los fines dignos de la humanidad entera". Así es Ory. Así sea.

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