Radcliffe toma la salida y abandona
La china Huina Xing acabó con el dominio de las etíopes en un final trepidante
Una remera australiana se desvaneció, víctima de la ansiedad, de la presión, en la final de ocho con timonel y tuvo suerte de que sus compañeras, airadas, no la arrojaran por la borda. Los Juegos no le ofrecieron una oportunidad de redimirse. Llegado el momento en que tenía que actuar, Xavi Llobet, un triatleta manresano se quedó clavado en un repecho, víctima de la tensión, de la ansiedad. Se retiró llorando. Tampoco pudo redimir su culpa. Paula Radcliffe, la extraordinaria fondista inglesa, se retiró, llorando, del maratón el pasado domingo. Es la plusmarquista mundial, era la abrumadora favorita. Cayó en el kilómetro 36, víctima del calor, de la presión. La oportunidad de redimirse con que contó, ayer, en la final de 10.000 metros, la transformó en un acto de mortificación. No terminó la carrera. A los 6.600 metros se retiró.
Aunque desde su entorno se aseguró que estaba recuperada su estado emocional era un caos
Radcliffe intentó ser ella misma, o la imagen que se ha fabricado de irredenta, indesmayable luchadora, la atleta que se hizo, que forjó su carácter, luchando aun a sabiendas de que acabaría perdiendo ante atletas más rápidas, ante las etíopes que tienen una marcha más, ante las kenianas, ante las chinas. Salió para intentar ganar. Se colocó en el grupo de las mejores. Incluso marcó el ritmo durante una vuelta. Poco después, cumplidos los 3.200 metros, cuando las etíopes -Kidane, Tulu, Dibaba- decidieron marchar a tirones, romper el ritmo de las resistentes, Radcliffe empezó a alejarse. Su moral, su cuerpo quebrantado, su carácter, repentinamente frágil, aguantaron 3.000 metros más. Cuando vio que empezaban a pasarla corredoras de mucho menor valor atlético que ellas, se paró.
La decisión de tomar la salida en los 10.000 metros, un desafío atlético ya de por sí aterrador aunque sólo fuera la única prueba en la que participara, 30 grados a las 10 de la noche ateniense, viento seco del sur, sed, fue una elección moral, personal, pero no libre. Una elección que desafiaba todos los consejos de los especialistas en atletismo, de los ex atletas, de los técnicos. Desde el mismo momento en que sus lágrimas de frustración, de pena, de dolor, de su retirada en la maratón ocuparon las pantallas de los televisores británicos, se desató en las islas un debate nacional, encendido, que no terminó hasta ayer por la mañana, cuando Radcliffe anunció que correría. Los mensajes -móviles, emails, sms- inundaron los periódicos, las redacciones de los informativos. Aquellos pocos que criticaron su retirada en la maratón fueron severa, rápidamente, acallados. Radcliffe era la heroína británica. La moral nacional no podía permitir que aceptara su derrota.
Radcliffe no explicó las razones que le habían empujado a correr ayer. Qué es lo que buscaba. Sus únicas apariciones públicas tras la frustrada maratón acabaron en lágrimas ante los periodistas que la entrevistaban, ante las cámaras. Desde entonces, aunque su entornó aseguró que se había recuperado físicamente, que se entrenaba dos veces al día, su estado emocional fue un caos. Su intento, poco convincente, de acabar con sus dudas en el 10.000 le sumirá, tras el fracaso, probablemente, en una depresión mayor.
Sólo minutos después de que el vallista Xiang Liu, un chaval de 21 años, le diera al atletismo de China el primer oro olímpico de su historia, sólo minutos antes de que Marion Jones, otra víctima de la presión inclemente de los medios, de un país, fallara en el paso del testigo a Lauryn Williams tras la segunda posta del relevo 4x100, otra atleta china, otra jovencita, acababa con unos tremendos últimos 200 metros con la última tradición africana, cuyas atletas -etíopes y keninas- se habían impuesto en seis de las últimas nueve finales olímpicas o mundiales de 10.000 metros. Huina Xing, de 20 años, tiene el estilo más peculiar que se ha visto en una pista de fondo. Apenas no mueve los brazos, que lleva desmayados junto al torso, rozando las manos las caderas, y su zancada es escurrida, corta. Es un estilo, sin embargo, tremendamente económico. Xing, que ya fue séptima en el Mundial de París a los 19 años, aguantó todos los tirones y contratirones de las tres etíopes. Fue la única que los resistió. En la última vuelta, se pegó a Dibaba -la hermana mayor de la ganadora del 5.000 en París-, resistió su cambio de ritmo en la curva del 200 y con tremenda facilidad la adelantó en la recta. Su tiempo, 30m 24,36s, está aún lejos, casi a un minuto, del récord del mundo de hace 11 años batido por su compatriota Junxia Wang. Eso debería librarle de las sospechas que siempre acompañaron a las atletas que, como Wang, formaron el ejército de Ma, las extraordinarias fondistas chinas que arrasaron el panorama hace una década y que fracasaron en los Juegos de Atlanta.
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