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Columna
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Villamediana

Vicente Molina Foix

Venía yo el sábado pasado tan contento de comprarme unos discos en el "remate final" de las rebajas de El Corte Inglés de Preciados y el corazón me dio un vuelco en plena calle del Arenal. ¿No fue un 21 de agosto cuando le remataron a pocos metros de aquí y, según las crónicas, a la hora de mi paseo? El poeta Luis de Góngora, en una carta escrita el 23 de agosto de 1622, dos días después de haber sucedido, relató así el asesinato: "En la calle Mayor salió de los portales que están a la acera de San Ginés un hombre que se arrimó al lado izquierdo que llevaba el conde, y con arma terrible de cuchilla, según la herida, le pasó del costado izquierdo al molledo del brazo derecho, dejándole tal batería que aun en un toro diera horror". Pasados más de doscientos años, en 1833, el duque de Rivas, al poner la misma escena en verso, describe cómo el conde sacó de la carroza en la que iba la cabeza y el pecho "y al punto se lo traspasa / una daga de gran precio / con tal furor, que a la espalda / asomó el agudo hierro".

La casualidad o la justicia poética habían hecho que yo llevara tres semanas sumergido en las obras de don Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana y correo mayor del Reino, un poeta que "descubrí" a mis 18 años y hoy, con lo que ha llovido, sigo contando entre los grandes del barroco europeo. Mi volumen de Clásicos Castalia fechado en 1969 y con una cuidada edición del profesor Juan Manuel Rozas lo tengo hecho un cristo, aunque no por cuchillazos en su molledo, que es magro: menos de 400 páginas desprovistas enteramente de grasa.

Leída una y otra vez, subrayada, trabajada, soñada, la carne de la poesía de Villamediana se mantiene fresca y seductora, casi tanto como su vida, sin duda la mayor leyenda de nuestra historia literaria. Hay nuevas publicaciones de la obra de Villamediana (destaco los dos enormes tomos de Cátedra, Poesía impresa completa y Poesía inédita completa), pero yo recuerdo, junto con el gozo de aquel descubrimiento adolescente, la gratitud al poeta Luis Rosales, que editó primero, en 1944, un antología de Tassis y, en el mismo año de la aparición del libro de Castalia, publicó su Pasión y muerte del conde de Villamediana en la Editorial Gredos.

Aunque no todas las conclusiones de Rosales sobre el misterioso asesinato del conde son convincentes, a él le debemos la reconstrucción muy bien trazada de las andanzas cortesanas de Villamediana y, especialmente, del eco que su figura de vistoso galán adorado por el pueblo, rival político encarnizado del conde duque de Olivares, supuesto favorito amoroso de la reina y sodomita condenado post mortem, tuvo en las letras españolas y europeas desde el propio siglo XVII hasta el XX.

No sólo su amigo Góngora, sino la plana mayor de la literatura del Siglo de Oro -Cervantes, Lope, Gracián, Quevedo, Ruiz de Alarcón- se ocupó, vivo y muerto, de Villamediana. Poéticamente está, sobre todo en sus sonetos y en alguna de las sátiras, a la altura de los mejores de ese fértil periodo, pero lo que despertó recelos, burlas, ataques encubiertos y tal vez el deseo de matarle fue que ese hermoso hombre tuviese títulos, fortuna y un alto cargo real, denunciase con gracia feroz las corrupciones palaciegas y fuese además tahúr, galanteador de las mujeres y amante de los hombres: el "más mal cristiano" de la corte de Felipe IV.

¿Quién mató al conde? La pregunta lleva casi cuatro siglos siendo preguntada por poetas, estudiosos y envidiosos. De estos últimos, uno de los primeros y sin duda el peor fue un genio, don Francisco de Quevedo, que escribió que el muerto se había buscado "su castigo con todo el cuerpo". Ya se sabe de la ferocidad con que los poetas dirimían entonces sus odios, poniéndolos en versos que corrían de mano en mano, amparados en un anonimato pocas veces guardado. Rosales no cree que a Villamediana le asesinasen por su flamante homosexualidad, sino por celos del propio rey inflamados por su valido Olivares. Sin embargo, los sirvientes más cercanos del conde fueron quemados públicamente por el "delito nefando" pocos meses después de morir él, y el príncipe de Esquilache contestó así a un papel recibido de Villamediana: "Luego que el papel leí, / con él me quise limpiar: / más púsome en qué dudar / que era del conde, y temí". Otro envidioso estreñido.

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