Castigo excesivo
En 40 minutos todo saltó en mil pedazos. Las esperanzas de medalla, el intachable trabajo previo y la ilusión de millones de aficionados enganchados como pocas veces a un equipo. Jugar por el séptimo puesto resulta cruel e inmerecido destino para un equipo irreprochable que peleó contra la galaxia NBA con gallardía y sin ningún miedo, devolviendo golpe por golpe, recuperando hasta cinco veces peligrosas desventajas, pero que se tuvo que rendir ante un rival que se pareció bien poco al que ha transitado a trancas y barrancas por el grupo de clasificación. Sobre todo, en lo que a su puntería se refiere. Siguen yendo un poco a su bola, pero su actividad exterior resultó letal, sobre todo por la desesperante precisión que mostraron Marbury e Iverson. Medio partido se fue por ahí y el resto por la presión defensiva, que terminó fundiendo los plomos a los españoles.
Tanto y tan malo se había dicho sobre los norteamericanos que se nos había ido la mano a la hora de enjuiciar su valía real. De acuerdo con que la palabra equipo les suena a chino, pero quizás se nos había olvidado que había en la pista unos cuantos jugadores que no se han convertido en superestrellas por casualidad. En el momento más inoportuno para los intereses españoles, a unos cuantos les dio por demostrar el porqué de su fama y sus multimillonarios sueldos. No fue para descubrirse, ni siquiera para recuperar el favoritismo con vistas al oro, pero sí lo suficiente para doblegar a un equipo español en clara desventaja física.
Un partido así suele poner las cosas en su justa medida. España es un gran equipo, sin duda, pero le falta algo de excelencia. Estados Unidos, a base de probar gente, acabó dando en el clavo con un par de jugadores. España no puede permitirse tanta probatura y necesita que sus jugadores clave no fallen. Uno, el más importante, no lo hizo. Gasol demostró ante rivales ilustres como el archifamoso Duncan, que es una auténtica figura mundial. Sus tres primeros cuartos fueron de locura. Uno tras otro, iban cambiando sus defensores; uno tras otro, se tenían que rendir a la evidencia de su impotencia. Fue un Gasol en estado superlativo, reclamando su protagonismo, agresivo al atacar la canasta, imperial y maravilloso. Tanto y tan bueno hizo que, por momentos, pareció capaz de merendarse a todo el equipo norteamericano junto. Pero hubo una circunstancia que imposibilitó que completase su trabajo. España fue siempre a remolque, en un tira y afloja entre ventajas alrededor de diez puntos de los estadounidenses y remontadas que se detenían al igualar el marcador. Tal y como estaba Gasol, tal y como se estaba desarrollando el partido, Mario Pesquera no encontró momento para que nuestra estrella se tomase un respiro. En el último cuarto, su omnipresencia se terminó y con ella la capacidad para recuperar el enésimo tirón de Estados Unidos. No todos estuvieron como Gasol. Navarro hizo cosas bien y otras no tanto y lo mismo se puede decir del resto. Pero, al final y como demostraron Marbury e Iverson, los partidos decisivos los aguanta el grupo y los ganan las figuras. España sólo tuvo una y, por primera vez en el torneo, echamos en falta a Raúl López.
No se puede poner peros a la victoria de Estados Unidos -ni siquiera el de la pareja de árbitros pusilánimes que hubo que aguantar-, pero sí a lo que significa. Pensar que ahora España tiene que jugar ¡por el séptimo puesto!... Dan ganas de coger al que ideó este sistema y decirle cuatro cosas. Pero que la tristeza no apague el orgullo por el comportamiento del equipo, que ha sido magnífico por mucho que nos hayamos quedado sin medalla.
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