Turismo estancado, competencia creciente
El modelo turístico de España, segunda potencia mundial del sector, muestra síntomas de estancamiento. La Encuesta de Movimientos Turísticos en Fronteras (Frontur) muestra que en los siete primeros meses del año el turismo español arañó un ligero crecimiento del 1,9% en el número de visitantes respecto al mismo periodo de 2003, hasta superar por primera vez los 30 millones de turistas. El Gobierno se escuda en esta cifra para evitar hablar de crisis. Este dato, sin embargo, palidece si se compara con el quinquenio 1997-2001, cuando el número de personas que visitaba España crecía, en promedio, a un ritmo del 7,1%.
El sector turístico en España parece haber tocado techo. Las previsiones del Ejecutivo apuntan a que la afluencia de turistas se mantendrá en niveles casi idénticos a los registrados en 2003, año en que viajaron a España 43,4 millones de turistas. Pero la mera acumulación de visitantes no basta para analizar la validez del modelo y la referida encuesta no proporciona información sobre magnitudes económicas. En la primera mitad del año el gasto por turista cayó a los niveles de 1999, por debajo de los 700 euros por persona, según datos del lobby español Exceltur.
El sol y la playa siguen siendo el principal reclamo, pero España ya no tiene el monopolio de este mercado. A la pujanza de la competencia en el Mediterráneo -en Turquía, Egipto, Bulgaria, Marruecos y Túnez la tasa de crecimiento sobrepasó el 20% en 2003- y el Caribe se suman el exceso de hoteles en la costa española y los problemas derivados del boom inmobiliario de los últimos años. En 2003, más de 10 millones de turistas se alojaron en viviendas propias o en alojamientos de amigos y familiares, el doble que en 1997, lo que redunda en el descenso del gasto por turista. El resultado es una sobreoferta hotelera y la existencia de un 15% de plazas de hotel obsoletas, según asegura la patronal hotelera, que pide su propio plan Renove.
Cómo se reconducen esas enormes infraestructuras creadas específicamente para el sol y la playa es uno de los principales retos. El "todo incluido" -con la nueva modalidad del turismo de borrachera en determinados centros costeros- en los paquetes turísticos, fórmula que la industria hotelera española había sido reacia a comercializar hasta este año, parece ser el esfuerzo desesperado de los operadores turísticos (la mayoría extranjeros) para mantener su capacidad de negocio en nuestro país.
A la competencia de los países emergentes y la sobreoferta se suma un problema de rentabilidad. Las grandes cadenas hoteleras nacionales (como Sol Meliá, Barceló, Riu o Iberostar) están invirtiendo hasta 10 veces más en los mercados competidores y concentran el 75% de su negocio fuera de España. Aquí la planta hotelera está condenada al corto ciclo del verano. En el Caribe, Centroamérica y norte de África, el Sol luce prácticamente todo el año y la temporada turística es mucho más larga, por lo que las inversiones se rentabilizan mucho antes. Amortizar un hotel en las costas caribeñas cuesta entre tres y cinco años, mientras que en España el plazo se eleva a 10 o 12, aseguran los hoteleros. La paradoja es que las inversiones de las grandes cadenas hoteleras en los mercados competidores perjudican a su propio negocio en España. Es necesario que el sector, Gobierno, comunidades autónomas y ayuntamientos abandonen el remedio de los paños calientes y se tomen en serio la necesidad de repensar un sector que representa el 12% del producto interior bruto (PIB) español.
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