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Reportaje:

Gràcia de todos

El barrio se ha vuelto a llenar de gente de todo tipo para disfrutar de la fiesta mayor

"Disfrutem de la gentada, que tothom té el seu racó", se lee en el bando dictado por el alcalde de Barcelona, Joan Clos, para la fiesta mayor de Gràcia. A la vista está que el versito es harto exacto: diversidad y gentío son dos de los ingredientes principales de la celebración, que mañana echa el cierre hasta el año que viene. Han sido ocho días de juerga sin pausa, seguidos por un público dispar. Y mucho más.

Durante los festejos, Gràcia se convierte por la mañana en un inmenso tablero callejero de diversiones infantiles. Los niños del barrio son los que más disfrutan del privilegio de las calles cortadas al tráfico. Talleres, gincanas, juegos y chocolatadas se han sucedido diariamente para su entretenimiento.

Por la tarde, con el fresquito -si lo hay-, empiezan a llegar los visitantes. Familias y parejas de mediana edad se pasean por la barriada, que pronto se abarrota. La decoración de las calles engalanadas, tradicional y centenaria seña de identidad de las fiestas de Gràcia, es un reclamo seguro para el resto de barceloneses. Los vecinos trabajan todo el año con ilusión y pericia en los adornos. Su esfuerzo recibe como pago amigables elogios de los asistentes, que van de aquí para allá programa en mano. "Corre, saca la foto, que ahora no pasa nadie", apremia un hombre a su acompañante.

Algunos ornamentos son verdaderamente espectaculares. En la calle de Verdi del Mig, un paisaje prehistórico poblado por dinosaurios acoge a los curiosos. Detallista como pocos, el decorado incluye el meteorito que mandó al garete a estos bichos gigantescos. Cuando anochece, la iluminación de las figuras multiplica su encanto. El conjunto causa asombro. Por eso, les han dado el primer premio.

Otros tiran de imaginación ante la escasez de recursos económicos y se sacan de la mano apaños varios que dan el pego de sobras. Las 48.000 botellas de agua con las que los vecinos de la calle de Torres han construido un techo artificial son otra muestra del ingenio y la creatividad del barrio. Los decorados albergan durante los festejos cenas en las que los vecinos comparten mesa y mantel.

Y llega la noche. Con ella, la marabunta. Las paradas cercanas de metro se convierten en masivos puntos de encuentro. Parece como si la ciudad entera se hubiera puesto de acuerdo para quedar allí. A la multitud local se unen centenares de turistas bien informados. Primero pican algo para que el cuerpo aguante la parranda que se avecina. Hay colas en los restaurantes y en las numerosas barras dispuestas en la calle, una de las principales fuentes de las que mana el dinero para afrontar los gastos de los actos del programa oficial. Precios baratos: los cubatas cuestan 2,50 euros, lo mismo que un bocadillo de chistorra en el chiringuito de la calle de Vallfogona.

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A la gran cita festiva barcelonesa acude gente de todas las edades. Los vecinos y los visitantes mayores bailan con los ritmos pachangueros de las orquestas. "Venimos todos los años porque está muy animado. Es uno de los lugares más bonitos de Barcelona", explica una mujer mientras se abanica tras el bailoteo. Las cancioncillas del verano se repiten en los numerosos escenarios repartidos por el barrio. "No es amor, lo que tú sieeeeeentes se llama obsesión", reza el estribillo de uno de los éxitos de este año que ha sonado de forma machacona en las veladas musicales de Gràcia.

La oferta sandunguera no termina en la programación oficial. Las fiestas alternativas de Gràcia, tienen cada vez más espacio y concurrencia. Con un marcado carácter contestatario, a sus actividades asisten jóvenes de tribus urbanas varias: heavies, chavales con estética punk, okupas, modernillos o neohippies.

Los organizadores del jolgorio paralelo montan puestos de comida y bebidas. De las ventas extraen los recursos para financiar su cartel lúdico, ya que son colectivos autogestionarios. Las plazas del Nord, de la Virreina y del Diamant han sido algunos de sus bulliciosos escenarios. Por tener, hasta publican un (contra)bando en respuesta al dictado por el alcalde: "El Clos está tan ridículamente informado, que no sabe que denunciamos el Fórum".

Como en los cines, la fiesta mayor de Gràcia también tiene sus sesiones golfas. Son reuniones espontáneas que prolongan la fiesta hasta entrada la madrugada para fastidio de los vecinos del barrio. Corrillos, algún timbal y cerveza a destajo sirven para alargar la juerga hasta bien tarde. "Esto es mucho mejor que una discoteca", afirma una joven sentada en un bordillo mientras apura su clara. "¡Pastitas de maría!", ofrece una vendedora ambulante. Tradición y sangre nueva: Gràcia sólo hay una, aunque parezca lo contrario. Variedad, al fin y al cabo.

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