De Hollywood al West End
La contribución de Hollywood al fomento del teatro londinense es cada vez más fructífera resulta. El cruce de actores británicos desde el cine al estrado es un viejo hábito que practican con cierta regularidad Vanessa Redgrave, Judi Dench, Helen Mirren o, entre muchos otros, Michael Gambon. Siguen sus pasos estrellas de las últimas generaciones, como Ralph Fiennes, Jude Law o Ewan McGregor, renunciando a sus abultados ingresos cinematográficos por tarifas mínimas, a menudo por debajo de los 300 euros semanales. Una manera de mantenerse en forma entre rodaje y rodaje, además de desarrollar en los escenarios distintas técnicas de actuación y un contacto más directo con el espectador. La exigencia del público y la crítica londinense son un reto para estos profesionales. Pero, en los últimos años, los maestros y divos estadounidenses también se están dejando seducir por Londres.
Kevin Spacey, Jessica Lange y Nicole Kidman renovaron su prestigio en sendas intervenciones en locales de teatro de la capital británica. Madonna tropezó con la lengua mortífera de los críticos en su debú teatral londinense con Up for Grabs, de 2002, y, ese mismo año, Gwyneth Paltrow triunfó con Proof en el Donmar Warehouse, el teatro que entonces dirigía Sam Mendes. Fue quizá un factor que inclinó la balanza en su decisión de fijar residencia en Londres.
Desde entonces, la continua participación en montajes británicos de veteranos del cine de Hollywood -Glenn Close, John Malkovitch y Woody Harrelson, entre ellos- y de jóvenes promesas como Hayden Christensen, Matt Damon y Jake Gyllenhall, ha contribuido a abrir una nueva veta comercial entre el público adolescente que nunca antes había pisado una sala de teatro y que acude a estas obras para poder disfrutar un buen rato de sus actores preferidos, al alcance de la vista y casi, casi, de sus manos.
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