_
_
_
_
Ciencia recreativa
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Goethe y las flores

Javier Sampedro

En 1787, durante un viaje por Italia, Johann Wolfgang Goethe descubrió una de las claves de la biología. Escúchenlo de su propia voz: "Paseando por los jardines públicos de Palermo, se me ocurrió de pronto que en el órgano de la planta que solemos llamar la hoja se ubica el verdadero Proteus, que puede esconderse o revelarse en todas las formas vegetales. De principio a fin, la planta no es más que hoja". Goethe expresaba así su convicción de que la flor, con todas sus espectaculares especializaciones -sépalos, pétalos, estambres y carpelos-, es en realidad un manojo de hojas disfrazadas de otra cosa.

La idea de Goethe era sobre todo eso, una idea, pero el gran poeta alemán utilizó en su apoyo un argumento que todavía tardaría más de un siglo en inventarse oficialmente. Razonó que las flores cultivadas por los jardineros -variedades aberrantes seleccionadas por su vistosidad- ofrecían una pista esencial para entender el desarrollo normal de las plantas. Como la parte de la flor más vistosa son los pétalos, los jardineros suelen seleccionar variedades que tienen más pétalos de lo normal. Y Goethe reparó en que esos pétalos extra se formaban a costa de las demás partes de la flor. Una rosa comercial, por ejemplo, puede tener los órganos sexuales (estambres y carpelos) transformados en pétalos, y a veces en un ramillete mixto de pétalos y hojas.

Para Goethe, esto demostraba que en el fondo toda la flor era un manojo de hojas, aunque transformadas en uno u otro órgano floral. Las manipulaciones de los jardineros alteraban esa transformación y revelaban así la profunda unidad que subyacía a la diversidad superficial. Este concepto -estropear una maquinaria biológica para deducir cuál era su papel cuando funcionaba- es el fundamento de la genética clásica, que todavía tardaría 78 años en inventarse, y 35 más en integrarse en la práctica científica.

Enrico Coen, del Centro John Innes de Norwich (Reino Unido), un brillante biólogo molecular especializado en el desarrollo de las plantas, cree en la trascendencia de esa contribución de Goethe. "Desde la perspectiva actual", escribe Coen, "muchas de las ideas de Goethe han resultado clarividentes. La idea de que los diferentes órganos de una planta son variaciones sobre un mismo tema tiene un aire muy moderno, pero su aportación más perspicaz fue proponer que el estudio de las anormalidades puede servir para entender el desarrollo normal" (C. R. Acad. Sci. París, 324:1).

La reacción de los científicos de la época fue por lo general bastante miope. Fruncieron los labios, acusaron a Goethe de estar desfigurando la realidad para adaptarla a sus prejuicios poéticos y siguieron concentrados en su ciencia dieciochesca. Torpes.

Coen y otros investigadores han aclarado en los últimos años la estrategia de diseño de las flores. Lo llaman el modelo abc, y lo han deducido basándose en estas observaciones: las mutaciones en los genes a convierten la flor normal (sépalos, pétalos, estambres y carpelo, de fuera adentro) en una aberración del tipo carpelo, estambre, estambre y carpelo. Las mutaciones en los genes b producen sépalo, sépalo, carpelo y carpelo. Las de los genes c generan sépalo, pétalo, pétalo y sépalo. Algunas variedades de jardín son mutantes c, como es lógico, con tanto pétalo. Si se mutan a la vez los genes b y c, todo son sépalos, que son casi como hojas.

De esos datos, y aplicando el método de Goethe, los científicos han inferido el mecanismo normal de desarrollo: los genes a se activan en la parte de fuera de la futura flor y definen los sépalos. Los genes c se activan en el centro y definen el carpelo. Los genes b ocupan una posición intermedia, de modo que la suma de a y b define los pétalos, y la suma de b y c define los estambres. ¿Rigidez alemana? No: verdad poética.

LUIS F. SANZ

LUIS F. SANZ

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_