Epopeya de Estados Unidos
Keller supera a Thorpe como Hayes a Gross en 1984 y da el oro a los norteamericanos en los 4x200 metros libres
Una vieja historia, que figura entre las más queridas de la natación estadounidense, volvió a contarse con toda su emoción en Atenas en una tarde memorable para cuatro muchachos encabezados por Michael Phelps.
No fue, sin embargo, Phelps el héroe del equipo de relevos 4x200 metros libres, que se impuso contra pronóstico al cuarteto australiano, al equipo de Ian Thorpe, que creyó asegurada la victoria cuando el gigante de Sidney se lanzó al agua. El héroe fue Klete Keller, el chico de Arizona que nunca había logrado ascender de la segunda categoría a la cumbre de la natación.
Keller contó sobre el agua la misma historia que Bruce Hayes hace 20 años, en una final idéntica, aquella vez contra la Alemania de Michael Gross, el célebre Albatros. Fue Keller quien derrotó a Thorpe como fue el semidesconocido Hayes quien superó a Gross.
Una característica de Keller es terminar como un tiro. Su estrategia recordó la de Hayes
Permitió que Thorpe le pasara. Lo estaba cebando. Luego le atacó ante su estupefacción
Estaba escrito que el guión se reproduciría punto por punto. Había algo en el terco combate de los estadounidenses que recordaba aquel momento de los Juegos de Los Ángeles 84. Comenzó con Phelps, otra vez en el agua después de ganar la prueba de los 200 metros mariposa, de recoger la medalla, de escuchar el himno, de dedicar su mejor sonrisa a los fotógrafos... En su mundo no hay descanso. Diez minutos después de colgarse su segundo oro, se colocó el primero en la parrilla del equipo norteamericano. Abriría las operaciones.
La designación era arriesgada porque Phelps se había entregado con toda su alma en la final de los 200 metros mariposa. Si cometía un error, si cubría su relevo por encima de 1m 48s, el equipo estadounidense sería derrotado sin remisión. Su obligación era de la máxima exigencia: debía lograr un tiempo inferior a 1m 47s y llegar el primero. Era la única manera de enviar un mensaje contundente a los australianos. Cualquier debilidad acabaría con Phelps y sus compañeros en una prueba que los australianos han dominado con puño de hierro durante los últimos años.
Phelps no defraudó. Fue el gigante de siempre. Se le envió a una especie de Vietnam y salió victorioso. Hizo su trabajo en 1m 46,49s, una marca excepcional para un hombre que acababa de exprimirse en la tremenda final de los 200 metros mariposa. No lo tenía fácil por muchas razones. Una de ellas llevaba nombre y apellido: Grant Hackett, uno de los grandes de la natación australiana. Le colocaron como primer relevista para tratar de frenar el efecto Phelps. No lo consiguió. Cedió un segundo. Ese margen fue vital en la victoria de Estados Unidos.
Al equipo le dio un ataque de optimismo. Ryan Lochte y Mark Vanderkaay, dos muchachos sin apenas experiencia en la escena internacional, funcionaron como relojes en el segundo relevo y el tercero.
A Lochte le tocó medirse con Michael Klim, otro notable en la historia de la natación australiana. Tampoco Klim pudo hacer nada. Lochte no perdió una sola de las centésimas de segundo que había ganado previamente Phelps.
Le llegó luego la hora a Vanderkaay. Su objetivo era estirar la diferencia. Podía hacerlo ante Nick Sprenger, el más débil de los australianos. Si dejaba a Keller con una ventaja cercana a los dos segundos, el milagro era posible. Vanderkaay, uno de los mejores amigos de Phelps en el equipo olímpico norteamericano, no falló. Se impuso a Sprenger. La diferencia se alargó hasta 1,48 segundos.
Era el momento de Keller. El fantasma de la vieja final contra los alemanes recorrió la piscina de Atenas. La diferencia no certificaba de ninguna manera la victoria de los norteamericanos. Era una brecha que Ian Thorpe podía cerrar perfectamente. Para algo es Thorpe. Lo mismo se pensó en la final de 1984. Gross era el mejor del mundo y... quién era Hayes. Un buen nadador, sin más.
Keller, tercero en la final de los 400 metros libres y cuarto en la de 200 metros libres, tiene una característica muy interesante. Termina como un tiro. Su estrategia recordó punto por punto a la de Hayes. Permitió que Thorpe se le acercara, que le pasara, que tomara un metro de ventaja. Lo estaba cebando.
Thorpe gastó más energía de la necesaria. Creyó que, una vez superado, Keller se rendiría. Todos lo hacen. Pero el estadounidense se había guardado la última bala. Pasó a casi un segundo de Thorpe por los 150 metros. A los ojos de cualquiera, estaba perdido. Lo mismo ocurrió con Hayes en su duelo con Gross. Pero el resultado desmintió los pronósticos en los dos casos. Venció Hayes a Gross. Derrotó Keller a Thorpe.
Los 50 últimos metros han entrado inmediatamente en la leyenda. Keller atacó y volvió a atacar ante la estupefacción de Thorpe, que no lograba conectar el turbo. Se había desgastado antes. Había caído en la trampa que le tendió Keller, cuyo final fue irresistible. Se lanzó hacia la pared. La tocó primero y aquello fue el apoteosis norteamericano.
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