Liberty Valance sigue vivo
Phelps se impone en su prueba preferida, los 200 metros mariposa, pese al imponente ataque del japonés Yamamoto
Algo que Michael Phelps aprenderá en Atenas es el efecto que produce un gran campeón sobre sus adversarios. Les motiva porque todos quieren ser el hombre que mató a Liberty Valance. No es fácil vivir así. Phelps sabe que le espera un adversario temible en cada esquina, alguien que sueña con arrebatarle la gloria. Fue Ian Crocker en los Campeonatos del Mundo de Barcelona 2003; pudo ser Takashi Yamamoto en Atenas, en la final de los 200 metros mariposa, en la que Phelps parecía a salvo. Es su prueba, la que domina como ninguna otra desde que irrumpió como un trueno en los Juegos de Sidney 2000. Tenía 15 años y anunció la clase de nadador que sería en el futuro. No había cumplido 16 y ya tenía el récord del mundo. Un prodigio de precocidad. Sin duda, los 200 metros mariposa son su carrera fetiche. Pero eso no cuenta para gente como Yamamoto, un fenomenal especialista que lleva mucho tiempo cazando el podio en las grandes competiciones. En Atenas fue más lejos. Hizo la marca de su vida y exigió de Phelps un esfuerzo descomunal para vencer. Definitivamente, una gran carrera.
En su homérico trabajo, nadie le concede un respiro. Vive y duerme en la piscina
Phelps venía de la decepción. Sabía desde la jornada anterior que no podría igualar el récord de siete medallas de oro de su compatriota Mark Spitz en Múnich 72. La derrota en los 200 metros libres puso fin a su desafío, sin restarle ninguna grandeza. Es el protagonista de los Juegos, sin duda. Pero esa derrota se añadía al fiasco en el relevo 4x100 metros libres, en el que Estados Unidos enterró todo su prestigio con el tercer puesto en la final. El hombre que llegaba para ganar todo empezaba a instalarse en la derrota. ¿Cómo reaccionaría a tantas novedades negativas? Y, por supuesto, quedaba por saber su grado de desgaste físico. En su homérico trabajo, nadie le concede un respiro a Phelps, que vive y duerme en la piscina. Parece que está nadando a todas horas.
Desde luego, ofrece signos de fatiga, que oculta con astucia. Phelps no sólo es un gran nadador por las marcas que consigue, sino también por su capacidad para administrar su energía en las carreras. Siempre deja alguna reserva física para el final. Nunca lo necesitó más que ayer. Se colocó en cabeza desde el comienzo, con un parcial apabullante en el primer muro y luego en el paso por los 100 metros. Su registro (54,45 segundos) era mejor que el parcial del récord mundial que logró en Barcelona. Pero ni el británico Stephen Parry ni el japones Yamamoto se dejaron impresionar. Se encontraban a sólo medio segundo del norteamericano.
El tercer largo fue el más interesante. Phelps dio la impresión de desplomarse con un parcial de 30,11 segundos. No se deslizaba con la agilidad habitual. Parecía pesado, con un punto de agarrotamiento que enseguida se transmitió a la grada. La gente empezó a agitarse entre gritos. La sorpresa era posible. Parry atacó con todo. Yamamoto le siguió. Phelps estaba en peligro. Si era verdad su hundimiento físico, no podría resistir el ataque en los últimos 50 metros. Si unicamente había administrado sus fuerzas, también se vería en la recta definitiva. Porque Phelps no sólo nadaba esa final. En su cabeza tenía registrada la que le esperaba 40 minutos más tarde. El relevo 4x200 metros libres. Nada menos que Phelps contra Ian Thorpe, que Estados Unidos contra Australia.
Frente a quienes temieron su derrumbe, Phelps contestó como el campeón que es. Yamamoto, una pequeña bomba de energía, se despegó de Parry y se lanzó a por Phelps. No hubo caso. El astro norteamericano no le concedió un centímetro, aunque tampoco le ganó una centésima. Fue un duelo dramático entre el hombre de los Juegos y uno de los muchos que le salen desde los callejones para arrebatarle la gloria. Esta vez, Yamamoto no fue el hombre que mató a Liberty Valance.
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