El hijo del viento y del misterio
Kenteris es profundamente religioso y enigmático tanto dentro como fuera de la pista
Kostas Kenteris, el hijo de Eolo, es un personaje misterioso. Como el del viento, su rastro se desvanece. Nadie sabe dónde se entrena. Se desconocen los métodos que lo han convertido en el rey de los 200 metros. Casi nunca se sabe dónde está. Es como una especie de fantasma, que aparece una vez al año para vencer y recordar que es el mejor. Su vida profesional es un enigma que muchos querrían descifrar. Su vida personal, también.
Pero escarbando, uno descubre que Kenteris siempre fue así. Un personaje silencioso, de pocas palabras, encomendado a sus hechos. "Para que voy a hablar, si mis hechos lo hacen por mí", responde siempre que se le echa en cara su mutismo. Y es cierto, hasta ahora, sus hechos siempre han hablado por él.
En Mitilini, la capital de Lesbos, se pierden sus rastros. Allí nació y allí creció en el seno de una familia de clase media, más bien acomodada. Su hermano, Georges, se aficionó por la lucha. Su hermana, Eleni, por el voleibol. Y él, tras probar diferentes disciplinas, se decidió por el atletismo. Tenía entonces 12 años y el apoyo incondicional de Chrissoula, su madre protectora. Sin ella, dicen en su ciudad, Konstantinos, Kostas como familiarmente se le conoce, no sería lo que hoy es. De su padre, Dimitris, tampoco nunca le faltó apoyo. Un respaldo que se mantiene hasta hoy, cuando Kenteris les pidió que no concedieran entrevistas un mes antes de los Juegos. Sus padres lo han obedecido a pies juntillas. "Esperamos con mucha angustia verlo correr y no queremos hacer nada que pueda perjudicar sus objetivos", se justifica la mujer.
Hasta ahora, Kenteris siempre ha sido un personaje inmaculado y venerado en su ciudad. De acuerdo con el pleno municipal, el alcalde de Mitilini ha colocado una pantalla gigante en el Jardín Municipal para poder seguir las actuaciones de su ciudadano más reconocido. "Todo lo que ha conseguido ha sido gracias a él mismo, a su familia y a su fe en Dios", contaba recientemente Aris Hadzikomninos, el alcalde.
La fe. Una palabra vital en el diccionario de Kenteris. Profundamente religioso, no hay declaración en la que el nombre de Dios no aparezca en más de una ocasión. "Gracias a Dios...", "Si Dios me ayuda...", repite insistentemente después de cada competición. Antes de iniciarla, no hay vez que no se santigüe. A Dios le atribuye su vuelta a las pistas en 2000, después de sufrir lesiones en el abdomen y en los aductores por un desequilibrio en la cadera. Y a él le devuelve los tributos que gana en la pista. Cómo explicar si no que su trofeo más preciado, la medalla de oro con la que sorprendió al mundo en Sydney, reluzca hoy en lo alto de la montaña, en el monasterio de San Rafael, a 20 kilómetros de Mitilini. Cómo explicar si no que, en la última reunión de atletas que organizó el ayuntamiento de su ciudad, a cambio de contribuir económicamente, Kenteris solicitara como contrapartida...dos estampas: la de Constantino y Eleni y otra de la Virgen María.
Quizá de su profunda religiosidad le venga ese gusto por el misterio, el mutismo y el recogimiento. Ni se prodiga en las fiestas ni en los locales de moda. Y sólo cuando abandona los libros, su gran afición -siguió estudios de la Educación Física-, se le puede ver en algún cine.
¿Para qué prodigarse más si su imagen recorre las pantallas y las calles de todo el país, su nombre bautiza estadios y barcos ferry, como el Eolos Kenteris, y, en la Atenas olímpica, hasta la última línea, moderna y recién estrenada línea de tranvía, se llama como él? Un último misterio: ¿seguirá siendo así a partir de ahora?
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