Locura paradisiaca
En mi gusto personal, no hay cosa que más me seduzca cuando veo una foto literaria de época, en la que todos los rostros están identificados, en el pie, encontrarse con que uno (a veces marcado con una X, una suerte de estrella amarilla de judío no identificado) tiene expresión, mirada, pero no nombre. Me parece muy literario intentar imaginar esa vida, qué hacía en esa instantánea ese rostro que ha quedado en el fondo de la fosa común del olvido. Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) acaba de publicar su primera novela, ésta, que recibió una mención especial del jurado del último Premio Biblioteca Breve y que seguramente encontró en ella unas maneras que apuntaban a un futuro que puede ser prometedor. América es una novela ambiciosa, de largo alcance, que se ha quedado, en cambio, corta. Hubo en aquella "generación perdida", de la época de las flappers (muchachas atrevidas, algo alocadas y manifiestamente anticonvencionales) y de la era del jazz, que se hizo célebre en París, yendo y viniendo a y de la casa-madre de Gertrude Stein, una hermosa pareja como pocas, de triste final, que simboliza todo aquel periodo de entreguerras: ella, la flapper por excelencia, Zelda, él, el mejor talento de su generación, quizá, que lo diluyó, como una aspirina efervescente, en su vaso interminable de alcohol. De nombre Scott, escribió: "A veces no sé si tengo existencia real o si soy un personaje de una de mis novelas".
AMÉRICA
Joaquín Pérez Azaústre
Seix Barral. Barcelona, 2004
303 páginas. 17,50 euros
Conociera o no esta frase,
Azaústre decidió que fueran Scott Fitzgerald y Zelda, y también, para completar el trío alocado y alcoholizado, Hem, Hemingway, los protagonistas de su novela, deliberadamente falsa, en el sentido -tan clásico en este tipo de resoluciones- de que es la historia que ha escrito un supuesto testigo de aquel tiempo, testigo, a su vez, de las melopeas de Scott y de Hem, y notario, ocasional, de los desfallecimientos y de las dudas creativas de esos que el lector ya conoce y que sabe que no están en la fosa común de los esfuerzos baldíos, de los sueños frustrados. Este testigo es un tal Robert Felton: fantaseemos con la idea de que aparece por una esquina de cualquiera de esas fotos conservadas. Es ese desconocido al que me refería al principio. Pero el fallo de esta novela es que el lector nunca acaba de ver como personaje de ficción a los que realmente existieron y, en cambio, quisiera saber algo más sobre ese tal Robert Felton y sobre Frances, ese amor real de Felton, frente al soñado de Zelda. No veo qué necesidad hay de utilizar estos nombres del "olimpo" literario, si no nos resultan convincentes como personajes de ficción. Yo creo, en fin, que Azaústre hubiera podido calibrar mejor sus fuerzas no intentando ir tan lejos, buscando pasarles las yemas de sus dedos de joven escritor, a nombres tan conocidos (y por otro lado tan autobiográficos), tan fascinantes y peligrosos, por eso. No resultan creíbles (y qué decir de la contracubierta: genera unas expectativas falsas). Me hubiera interesado más esta historia, si no hubiera ido predispuesto y mal encaminado. América es menos de lo que se prometía, pero es una novela que te lleva a interesarte por su autor, por esperar de él más cosas.
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