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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tan aterrador como fascinante

Lovecraft, Robert Barlow, William H. Hodgson, Joshua Snow, Blasco Ibáñez... Autores con renombre y menos conocidos forman parte de esta antología de relatos del terror sumergido entre las olas.

Quizá la razón más profunda en la que se asienta lo sobrecogedor del mar es la de que no tiene memoria. La tierra no es así, la tierra tiene memoria y está llena de cicatrices reconocibles producidas por los diversos fenómenos físicos que la conmueven: un terremoto, un incendio, una erosión... pero cualquier accidente que conmueve o levanta al mar, una vez sucedido no deja rastro, la superficie vuelve a aquietarse y es el mismo mar de siempre: carece de memoria y esa carencia de memoria es, en sí misma, sobrecogedora. Y en un plano más cercano, es la falta de firmeza de lo líquido y el miedo a lo que subyace en la profundidad abisal lo que completa esa sensación de inseguridad. En la época de los grandes veleros y los primeros barcos a vapor era un mundo tan desconocido como fascinante que daba pábulo a toda suerte de imaginaciones acerca del horror, de la amenaza sin nombre y de la soledad de quien se encuentra abandonado a su suerte. No es de extrañar que algunos de los mejores relatos de terror procedan del mar.

MARES TENEBROSOS

Varios autores

Traducción de José María Nebreda

Valdemar. Madrid, 2004

518 páginas. 27,90 euros

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Peligro de adicción

José María Nebreda es un experto y un antólogo de toda confianza para la tarea que se propone este libro: una antología de relatos de terror ambientada en el mar. Me ha parecido excelente su criterio de dejar de lado textos y autores muy renombrados, tanto en el estricto género (casos de James Barry, Drury o Morgan Robertson) como en la importancia literaria de autores del calibre de Poe, Conrad, Conan Doyle o Pío Baroja. A cambio, nos ofrece una selección que hará las delicias del aficionado a esta clase de historias y del lector en general y nos ayuda a descubrir textos que, de otro modo, difícilmente hubieran llegado a nuestras manos.

Como es lógico, la calidad no es homogénea, pero todos los relatos son realmente atractivos. El antólogo no se ha resistido a incluir un texto del maestro Lovecraft escrito o trabajado conjuntamente con Robert Barlow, agobiante aunque premioso pues está tan cargado de amenazas como de adjetivos. Entre los mejores están, en mi opinión, el de James Hanley, Niebla, que recrea una poderosa situación de espanto: un barco abandonado y un marinero olvidado en él, ambos engullidos por una densa niebla; la situación cambia cuando aparece el capitán y la soledad y el miedo son compartidos y resueltos con una ternura aterradora. Un barco maldito, de Joshua Snow, es un precioso relato, tranquilo, severo, dramático, con una interpretación del tiempo y la imagen del barco fantasma muy hermosa: sumidos en un instante perpetuo. Sobre la imagen del buque fantasma hay tres variantes más: Fuego a bordo en el brasero de la cocina, una recreación de la historia del Mary Celeste; la historia del barco que vio un fantasma, de Frank Norris, de alta calidad literaria además, y el propiamente dicho El buque fantasma, un justamente celebrado relato de Richard Middleton.

No todos los relatos suceden

en el mar, o sólo en el mar. La llave de los tres esqueletos sucede en un faro abordado por un buque abandonado que trae una tripulación aterradora; Al otro lado de la montaña comienza en el mar, pero su desarrollo casi místico sucede en tierra, en una naturaleza fantástica y amenazadora; es obra de un hijo de Georges Bernanos, Michel, y es una de las más notables sorpresas de este volumen. Hay humor también, un humor algo malévolo: Andy Bligh muestra cómo el horror se cuenta de una manera deliciosa. Hay dos relatos incontestables: La isla de los hongos, de Philip M. Fisher, que recrea un tema conocido de manera prodigiosa, el de los elementos fungosos que se apoderan del cuerpo humano, contado dentro de una atmósfera paulatinamente asfixiante; el otro es de un excelente narrador, Robert Howard, que relata en Desde las profundidades la historia del ahogado que toma forma animal para subir a tierra como un enviado del mismo infierno.

El antólogo selecciona tres relatos españoles que constituyen una más que agradable sorpresa. El de Julio Guillén es, quizá, el que más debe a una manera demasiado respetuosa de narrar, muy española y un tanto, diría yo, funcionarial. De los otros dos hay que destacar el nervio narrativo de Blasco Ibáñez, con un texto impresionante acerca de la negra suerte de un grumete, y un trabajado cuento de Óscar Sacristán, autor contemporáneo que se atreve con el género y sale muy airosamente de él, si bien desarrolla la historia en exceso y la finaliza con un punto de confusión y brusquedad; pero es un relato valiente que da lo que promete.

En cualquier caso puede decirse que toda la selección está a la altura de la exigencia del antólogo. Me parece un libro inexcusable para los fans y una lectura de lo más emocionante para el lector en general. Y como hay tierra y mar, en estas fechas resulta del todo aconsejable para playa y montaña, indistintamente.

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