Atenas transfigurada
Apocas semanas de la inauguración de los Juegos Olímpicos, dos preguntas planeaban entre los organizadores. Una: ¿acabarán la obras en el plazo previsto?, y dos: ¿se librarán los Juegos de un ataque terrorista? Sin embargo, la pregunta pertinente sigue siendo: ¿quedará Atenas mejor de lo que estaba? Los Juegos suponen la invasión de la ciudad durante 15 días por un ejército de 10.000 atletas, 20.000 periodistas, 3.000 funcionarios y cientos de miles de aficionados, sin olvidar los estragos de las multinacionales patrocinadoras; un estrés que puede resultar muy enervante. A su favor puede decirse que las obras previstas para Atenas han seguido el modelo Barcelona, planteando la remodelación de las infraestructuras de toda la ciudad con el objetivo de modernizarla en su conjunto. Pero, a diferencia de Barcelona, en Atenas falta tradición de diseño urbano, la coordinación entre las diversas obras (a cual más ambiciosa) ha sido escasa, y el número de intervenciones, exagerado.
Atenas continúa resistiéndose al pragmatismo moderno, manteniendo su escepticismo mediterráneo
El pretexto olímpico ha servido para que la ciudad cambie de estatus. Con sus más de tres millones de habitantes, Atenas es la gran capital de un país pequeño, con un PIB relativamente modesto y una población que apenas supera los diez millones. La profusión de proyectos olímpicos (financiados por el COI hasta en un 70%) y otras obras públicas (financiadas por los fondos europeos hasta el 50%) ha impulsado en los cuatro últimos años el crecimiento de la economía griega hasta alcanzar el 4%, aproximadamente el doble de la media europea. Además de las instalaciones deportivas, las grandes operaciones urbanas -la ampliación del sistema de autopistas, el nuevo aeropuerto, la duplicación de la red de metro, la peatonalización de varias zonas, etcétera- convirtieron la ciudad en una obra gigantesca.
Entre Atenas y sus alrededores se reparten las 12 subsedes olímpicas, incluyendo un lago artificial para los deportes náuticos en la llanura de Maratón; el estadio de atletismo Panathainikon en el centro de la ciudad -originario del siglo III antes de Cristo y reconstruido en 1896, coincidiendo con la celebración de los primeros Juegos de la era moderna y que será la meta de la prueba de maratón de este año-; el antiguo aeropuerto de Helleniki, recuperado para el deporte, y un barrio residencial con 10.000 viviendas, que funcionará como villa olímpica. Los Juegos tendrán dos sedes principales: el recinto central, conocido como Oaka (acrónimo en griego de Complejo Deportivo Olímpico de Atenas), está situado en Maroussi, un barrio periférico al norte de la capital. En el Oaka se encuentran el estadio olímpico, el velódromo, las piscinas, las pistas de tenis y el centro de prensa. Con la esperanza de repetir el éxito de Barcelona, el comité organizador confió a Santiago Calatrava el proyecto urbano y arquitectónico del Oaka. No cabe duda de que las espectaculares estructuras del estadio olímpico y el velódromo, similares a delicadas crisálidas abandonadas por algún insecto colosal, proporcionarán la imagen de los Juegos, pero lo cierto es que el proyecto en su totalidad refuerza la identidad del propio arquitecto más que la de la ciudad; no por casualidad los atenienses han bautizado el área como Calatrava. Sobre la pista del velódromo existente, el valenciano ha tejido una estructura de excepcional presencia: un exoesqueleto formado por dos arcos de los que tiran sendas filas de cables formando una cubierta-mariposa. Su estructura hubo de montarse junto al estadio y fue colocada posteriormente mediante un sistema de raíles. El montaje de la cubierta translúcida del estadio olímpico (construido en 1982) supuso una proeza de ingeniería aún mayor: una vez construidos los dos arcos exentos, de 900 toneladas de peso y 300 metros de luz, se colocaron sobre raíles paralelos y fueron acercándose entre sí hasta que sus extremos inferiores coincidieron en la pieza de unión. Las cubiertas de Calatrava se convertirán en leyendas olímpicas no sólo por su singularidad técnica y formal, sino también por haber superado ampliamente el presupuesto previsto. Entre el velódromo y el estadio se despliega la plaza de las Naciones, un enorme espacio al aire libre con capacidad para 200.000 personas. Este jardín en forma de crescent queda enmarcado por una pérgola de arcos paraboloides; el frescor y la sombra los proporcionan varios estanques y plantaciones de cipreses y olivos. Una vez acabados los Juegos, este recinto quedará como un enclave suburbano dedicado a acoger eventos deportivos y convenciones; un símbolo blanco y brillante de un momento en la historia de Atenas en el que la ciudad se presentó ante el mundo como una presencia civilizadora.
El segundo recinto olímpico se encuentra en Faliro, al este del puerto del Pireo; más de 10 kilómetros del frente litoral convertidos en un puerto lúdico, diseñado por los franceses Reichen et Robert. En el extremo este se sitúa el nuevo estadio para las pruebas de taekwondo, obra de los griegos Thymios Papagiannis & Associates. Un paseo marítimo, con rampas escalonadas, quioscos y pérgolas, conecta otros tres estadios: en el centro, el nuevo pabellón de voleibol, y en el extremo occidental, el estadio de baloncesto Paz y Amistad (construido en 1985) junto al campo de fútbol Karaiskaki, completamente reconstruido para la ocasión. Faliro es una elegante combinación de paisajismo pintoresco y geométrico, menos espectacular que el conjunto de Calatrava, pero más coherente con el contradictorio espíritu ateniense.
Indudablemente, los Juegos
han proporcionado una oportunidad decisiva para el desarrollo de Atenas. Aunque los sobrecostes están empezando a hipotecar el futuro, las nuevas infraestructuras transformarán la ciudad, haciéndola más habitable. Por otro lado, Atenas continúa resistiéndose al pragmatismo moderno, manteniendo su escepticismo mediterráneo. Los Juegos llegarán y se irán, pero la ciudad no se librará tan rápidamente de su trágica inercia. Las ambiciosas élites que han conseguido llevar los Juegos de vuelta a su lugar de origen habrán demostrado al mundo que Grecia no está tan atrasada. Sin embargo, hasta que no hayan pasado, se mantendrá la duda sobre la capacidad del país para asumir un evento que le viene grande. Las obras que el espíritu olímpico dejará materializadas -especialmente el puerto de Faliro y el nuevo tranvía- mejorarán la capital por el simple hecho de concederle acceso a los dos mayores atractivos de Grecia: el sol y el mar. Por ese patrimonio merece la pena todo lo que se haga.
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