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Ciencia recreativa
Columna
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El generador de mundos

Javier Sampedro

Uno puede aprender escuchando, mirando o tocando, pero ¿puede aprender sólo pensando? Los filósofos llaman a eso conocimiento a priori, algo que uno puede saber con independencia de la experiencia. Según Platón, los humanos no aprendemos las verdades geométricas, sino que las vamos recordando de cuando éramos, bueno, entidades platónicas. Descartes intuyó que las verdades geométricas, y cualquier otra idea necesaria para el conocimiento a priori, son innatas en la mente humana, o "formas impuestas por la mente en la sustancia de la experiencia", en la bella expresión de Kant. Para este autor, por cierto, la principal forma de conocimiento a priori es el saber matemático.

Por increíble que resulte, esta profunda cuestión ha sido resuelta por Tal Kenet y Amos Arieli, del departamento de neurobiología del Instituto Weizmann de Rehovot (Nature, 425:954). Los neurobiólogos llevan décadas administrando estímulos sensoriales a los animales de experimentación, o a los voluntarios humanos, y cartografiando lo que ocurre en su córtex cerebral. En los resultados siempre hay ruido, porque las neuronas del córtex no sólo responden al mundo exterior, sino que también se disparan por cuenta propia y de manera impredecible. Ruido aleatorio, se ha pensado siempre.

Kenet y Arieli se han tomado el trabajo de cartografiar ese ruido. Han utilizado animales anestesiados, que no reciben ningún estímulo sensorial, y han analizado su córtex visual (la región del cerebro que analiza la información visual) con buen detalle temporal. El resultado es que el ruido no es tal. Más bien parece una sinfonía. Los circuitos del córtex visual se activan en complejas y armoniosas pautas y sucesiones de pautas, como un caleidoscopio neurológico. Y esas coreografías dinámicas son viejas conocidas de los investigadores. Son las mismas que, cuando el animal está consciente y mirando algo, se activan en respuesta a las propiedades geométricas del mundo exterior. Las líneas horizontales activan una coreografía neuronal, las verticales otra, las que forman 45 grados con el suelo otra, las más inclinadas otra. Se llaman mapas de orientación, y se pensaba que sólo se formaban en respuesta al mundo exterior.

Pero, con total independencia de la experiencia visual, el córtex va oscilando rítmicamente de un mapa de orientación a otro, como proponiendo hipótesis: una línea vertical, un objeto que se cae, un posible horizonte. Kenet y Arieli, y también Dario Ringach, de la Universidad de California en Los Ángeles, interpretan que los mapas de orientación, es decir, los mapas neuronales que significan la inclinación de una línea, son un componente intrínseco del cerebro, y se activan espontáneamente aunque tengamos los ojos cerrados, o aunque estemos inconscientes. Cada coreografía -cada palabra de la sintaxis visual- es un "estado cerebral intrínseco, determinado en gran parte por la forma en que se conectan entre sí las neuronas del córtex", concluyen los autores. Llevamos en nuestro cráneo un generador de mundos.

Las oscilaciones de una coreografía a otra no son justas. El córtex visual, por ejemplo, pasa más tiempo proponiendo los mapas de las líneas verticales y horizontales que los de las oblicuas. Ringach cree que esto puede explicar que la mayoría de los animales reconozcan peor los estímulos oblicuos que los rectos. También sugiere que las emociones pueden afectar a la distribución de las propuestas del córtex y que si una persona se entrena en ver horizontes su córtex se aficionará a las pautas neuronales que significan horizontal.

Descartes y Kant apuntaron bien. Hay conocimientos a priori, saberes independientes de la experiencia. Se sustentan en coreografías neuronales, hipótesis sobre el mundo que el cerebro propone sin cesar y que la realidad externa sólo puede ir actualizando y corrigiendo poco a poco. A la mente, la realidad no le estropea un buen titular.

LUIS F. SANZ

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