Frankenstein
Bicoca dice que yo era más auténtica cuando era esa chavala de barrio que la seguía a todas partes como una perrilla fiel, con mis vaqueros raídos, mis camperas, mis chapas en la chupa, mi colonia del todo a cien. Yo juro ante Dios que a mí Bicoca jamás me ha visto con chapas en la chupa. Pero últimamente le ha dado por ahí, y se lo suelta al primero que encuentra. Y encima hay ciudadanos (lectores de este periódico) que anhelan conocerla, que la tienen idealizada como a un personaje mítico. Va a una tienda, y en cuanto dice soy Bicoca del Fresno, se le abren las puertas, en los restaurantes le dan mesa, cuando la ven conmigo nos paran. La gente ve a una rubia pepé de lámpara, puro pellejo, con unas gafas de Dior hasta la boca y unos morros saltones por las inyecciones mágicas del doctor Chan y dice: Bicoca. Lo jodido, a nivel autoestima, es que la gente que debería admirarme a mí (votantes de la izquierda europeísta) la idolatra a ella, y a mí que me den. Ayer íbamos a buscar a su egregia madre, que pide limosna junto al estanque del Retiro en la silla de ruedas. Yo le preguntaba si no le daba miedo dejar a la abuela sola (en un Madrid), y ella me decía que no, que hay unos muchachos tragafuegos rumanos que la echan un ojo de vez en cuando, vaya a ser que un niño la empuje, se caiga la abuela al lago y se la coman las carpas, que son carnívoras de tanto chopped que les echan los niños desde que existen el Retiro y el chopped. La pega, decía Bicoca, es que los rumanos ya están un poquito quemaos porque la aristocrática abuela se saca en dos horas, sin mover el culo, lo que los rumanos tragando mecha en cinco. Así que los rumanos le han pedido a Bicoca que, por favor, arrime a su madre donde están los ecuatorianos tocando el Cóndor de los Alpes (¿o era de los Andes?). Y Bicoca ha empezado a echar pestes de la inmigración rumana y dice que ella no tiene culpa de que un rumano tragando fuego (actualmente) no impresione a nadie, al contrario que una abuela impedida, que siempre emociona, y más en verano, cuando hay tanta concienciación de la mortandad ancianil. Eso me iba contando cuando nos pararon, no miento, primero Boris, y luego, un semáforo más allá, Jorge Javier, locos ambos porque yo se la presentara. Boris comparte con ella al cirujano y ambos se enseñaron las huellas apenas visibles de sus cuerpos modelados por el bisturí. A mí, ni puto caso. En cuanto a Jorge Javier, lo flipé, porque él la propuso, a bote pronto, una colaboración en su programa para recuperar el glamour perdido en el mundo rosa. Los dos supercómplices. A mí, ni puto caso. Yo le dije, Jorge Javier, Bicoca no te dará juego: ella es superfacha. Pero él dijo, mejor, tendrá más gracia. Y Bicoca dijo, riéndose, ay, Jorge Javier, no hay nada peor que una pija de izquierdas, son como las pijas de derechas pero con complejo de culpa. Y luego le habló de cuando yo llevaba chapas en la chupa. Y yo ahí, callada como una puerta, pensando: oh, Dios, he creado un monstruo.
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