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VISTO / OÍDO
Columna
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Ellos

Antes de que termine el siglo alguien será premio Nobel por haber escrito la novela de los emigrantes de África. Ese escritor quizá sea uno de estos niños que llegan en las barcazas; o vienen en el vientre que quiere que tengan esta nacionalidad invulnerable: creo que hay alguna ley que lo quiere impedir, y no veo la prontitud para enmendar la maraña creada para que estén sin ser, para que trabajen y engendren sin derechos y sus delitos sean más penados -la expulsión- que los nuestros. Alguien estará escribiendo ya y cuente cómo somos nosotros; cómo después de la epopeya de huir de los territorios que nosotros devastamos, en los que les dejamos unos negros negreros con armas nuestras y educados en nuestras academias militares y policiales -creo que adiestramos a los policías del siniestro Gobierno colaboracionista de Irak- que son peores que los colonos. No seremos, en esos libros -habrá muchos-, como creemos que somos. No sé si traspasarán la historia los guardias civiles que les ayudan con cuidado a salir de la barca, unos voluntarios que les desnudan, les secan, les dan ropa y mantas y les alimentan. Quizá alguna de esas personas que, cuando huyen, les dan refugio exponiéndose a la cárcel y la multa. Pero el fantasma grande será la masa gris que les maltrata, les explota, la forma en que se les tiene amenazados durante meses y años, los que no les dejan entrar en sus establecimientos o en sus vehículos, los que les tienen a distancia del pueblo en el que trabajan; la Europa que siempre fue orgullosa con ellos porque inventó las armas de fuego a tiempo para arrasarles y dominarles.

Hablo sólo de los africanos. Quizá a otros les sea mas fácil contar su aventura diferente porque tienen un idioma que parece común, pero que en muchos es mejor porque conservan el de los antepasados conquistadores; sólo sus clases altas, las que no tienen que huir, lo trufan con el inglés americano de los nuevos conquistadores que ha entrado muy bien en la clase superior, en los criollos y sus hijos zánganos que conducen el carro -car- y votan a los tiranos instruidos por los otros. Temo que no llegaré a tiempo para leer esos libros. Sentiré no llegar a ver otras cosas que tendrán que ser distintas. Digo yo: pueden ser peores, aunque no para ellos: no tienen ya peor. No lo creo. Supongo que ellos, los que ahora atraviesan a pie selvas y desiertos, y se esconden de los tiradores, y se van al agua, lo harán algo mejor: hasta para nosotros.

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