El flagelo del ruido
Muchos fuimos los que, aunque no le votamos, confiamos en que con la llegada de Ruiz-Gallardón, dada su cultura cívica, pudiese comenzar a arreglar los desafueros de esta ciudad. Ya con Barranco y después, con la más nefasta gestión que en política municipal se pueda concebir, durante la década larga del mandato de Álvarez del Manzano, Madrid ha sido una ciudad que se ha echado, quizá definitivamente, a perder.
Madrid se ha convertido en una de las ciudades más incómodas, invivibles y de peor calidad de vida del continente europeo.
En primer lugar, el ruido. Aquí habría que hacer un distingo y llegaríamos a conocer y comprender las causas que hacen que Madrid sea el lugar donde la contaminación acústica llega a cotas insuperables. Dos son las principales, y de ellas se derivan otras cuestiones relativas a otros graves problemas que no se han resuelto y parece que no se quieren resolver.
El tráfico ha llegado a contaminarlo todo. De forma, que no sólo ha sido un factor decisivo en la generación de esa contaminación (el claxonazo está a la orden del día sin motivo que lo justifique, el ruido de los tubos de escape de las incontables motos que circulan a todo gas no se controla ni sanciona como debería ser). Pero hay más, la falta de límites impuestos a la circulación del automóvil privado, ha hecho que éste haya invadido amplias zonas que antes eran bulevares, franjas de superficies verdes, espacios antes reservados a aceras. Piénsese en algunas partes de Madrid únicas, hoy sometidas a un deterioro creciente y a su, parece que inevitable, destrucción. Espacios de la Ciudad Universitaria, de la Dehesa de la Villa (todavía está reciente la increíble, por garbancera, oposición de los vecinos a su cierre al tráfico: los madrileños tenemos la ciudad que merecemos), calles del distrito Centro, paseo del Prado...
Otra fuente de contaminación acústica reside en que todo el centro de Madrid se haya convertido en un inmenso casino nocturno, o dicho en otros términos, en un recinto destinado, parece que fundamentalmente, a un uso exclusivo de ocio nocturno. Y aquí nadie parece saber o querer poner coto: pubs con la música a todo volumen, locales que no respetan el horario de cierre (aunque aparentemente den a entender que están cerrados) y permanecen con su actividad ilegal de música en vivo o a todo meter hasta las nueve de la mañana, grupos de gente que se reúnen a sus puertas bebiendo y hablando o gritando a voces hasta la madrugada.
Las consecuencias están claras: vecinos que, en verano, no pueden abrir las ventanas de sus casas para poder dormir, pero que en ninguna estación del año pueden distrutar de su derecho, que es prioritario, al descanso.
Restos de desperdicios en la calle, contenedores a veces volcados, meadas y basuras que se acumula en muchos casos delante de los portales y que, mal recogidas por los servicios de limpieza precisamente los fines de semana, hacen de Madrid una ciudad sucia y desagradable de pasear los días más propicios para ello.
Madrid, en fin y para concluir por hoy, es una ciudad que, a diferencia de otras grandes ciudades, como Berlín o Barcelona, no sabe a dónde va, carece de una idea de ciudad. De los innumerables desatinos en lo que se refiere a cuestiones de ornato y diseño urbano, ya se han ocupado algunos colectivos como el Club de Debates Urbanos.
El ciudadano de Madrid, en general, no aprecia su ciudad y que carece del sentido de convivencia cívica; los munícipes de Madrid están dotados de la impericia (y del miedo a la reacción de sus ciudadanos) más absoluta para afrontar aquellos problemas más elementales que hacen de las ciudades lugares de encuentro habitables y agradables.
En este contexto, la preocupación y entusiasmo que manifiestan todos los grupos políticos del Ayuntamiento de Madrid por un acontecimiento posible (¿probable?) como los Juegos Olímpicos de 2012, no deja de resultar un sarcasmo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.