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Columna
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Loyola

Día de San Ignacio. Si hace un sol matacabras es normal y si llueve también es normal. San Ignacio: lo apunto en mi cuaderno de verano.

Iñigo de Loyola inspira a Ángel Acebes, ex ministro del Interior y hombre de convicciones berroqueñas, en su comparecencia ante la comisión de investigación del 11-M. En la bonanza como en la procela (pero más todavía en la procela), el ex miembro del gabinete Aznar y actual "número dos" del PP no piensa hacer mudanza. No sólo no se cambia de chaqueta ni da a torcer su brazo ni un milímetro ni se despeina un pelo, sino que tiene temple para aguantar así, sin mudanza ni muda, diez horas, con la misma camisa y la misma corbata de Hermès alrededor del cuello.

Diez horas respondiendo de la misma manera a la misma pregunta formulada de mil formas distintas. A eso le llaman en algunos papeles "hito parlamentario", y se quedan tan anchos. Los discursos de Castro duran más, sin embargo, y son carne de zaping y parodia en la telebasura. ¿Qué demuestra el aguante sobrehumano de Acebes? ¿Qué cela la obediencia ignaciana de Acebes? San Ignacio prescribió la ordenanza de la Obediencia en su Orden, exigiéndola "ciega", como "obediencia de cadáver". Todos esos antiguos altos cargos que han desfilado por esa comisión parlamentaria felizmente cerrada por vacaciones tienen una resistencia inhumana, ignaciana. Y son disciplinados y obedientes. Una de las señales inequívocas de que aún estamos vivos es nuestra capacidad para rectificar y cambiar de opinión. Hace falta estar muerto (muerto como el difunto Antonio Gades) para aguantar un discurso infinito de Castro o una comparecencia de diez horas repitiendo lo mismo todo el tiempo."

"¿Quién ha sido, señorías?".preguntó Ángel Acebes a sus inquisidores. Por fortuna allí estaba Jaime Ignacio del Burgo, que el día anterior había descubierto al responsable último (o primero) de la carnicería de Atocha en la figura del inspector de policía Manuel García Rodríguez. "Pido perdón a los familiares de las víctimas si me he equivocado en algo", expresó el funcionario conteniendo las lágrimas y mostrando una total carencia de espíritu ignaciano. A buenas horas, debería haberle dicho Jaime Ignacio del Burgo. Pero la caridad cristiana del parlamentario del PP lo impidió.

Luego pudimos ver a Labordeta consolando al madero como si en vez de en una comisión investigadora estuviesen los dos, el policía y él, en un poema de Tote Goytisolo. Pero el abrumado inspector García, lejos de Azpeitia y Deusto, estaba vivo mientras pedía perdón como nunca lo piden en sus juicios los militantes de ETA, capaces de aguantar horas y horas, décadas y más décadas aferrados a los mismas consignas, a los mismos sabidos argumentos y a la misma fe ciega. Siempre saben quién es el culpable. Nunca ellos. Siempre otro. Jamás mudan. Parecen ex ministros.

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